sábado, 25 de diciembre de 2010

Carta de Adolf Hitler a Delmer.


Su solicitud para publicar mis opiniones sobre la actual crisis en Inglaterra es un honor para mí. Pero me temo que tal vez una parte del público Inglés podría considerar presuntuoso si yo, como alemán, presento mis puntos de vista en un periódico Inglés, lo que podría, a mi entender, ser visto como una crítica de los métodos políticos y tradicionales, que sin duda han sido vistos hasta ahora como el derecho de una parte importante del pueblo Inglés. Yo espero, y a buen seguro que lo hará, que de esta crisis el pueblo inglés se levantará y así lo estimo. Sería feliz puesto que favorecería, si se logra, el desarrollo de una relación cálida entre los pueblos alemán e inglés que mi movimiento anhela que sea una realidad. Creo que la crisis que ocurre en la actualidad sólo puede resolverse mediante una estrecha cooperación política de nuestras naciones, que aporten su grano de arena al equilibrio europeo, natural, como requisito previo a dar el corazón al resto del mundo que sufre como nosotros...

Me gustaría que otra vez aceptase mi declinación de su honorable petición.

Atentamente

(Firmado)
Adolf Hitler


lunes, 20 de diciembre de 2010

Carta Abierta de Julio Cortázar a Glenda





Clarín 08/10/81

Querida Glenda, esta carta no le será enviada por las vías ordinarias porque nada entre nosotros puede ser enviado así, entrar en los ritos sociales de los sobres y el correo. Será más bien como si la pusiera en una botella y la dejara caer a las aguas de la bahía de San Francisco en cuyo borde, se alza la casa desde donde le escribo, como si la atara al cuello de una de las gaviotas que pasan como latigazos de sombra frente a mi ventana y oscurecen por un instante el teclado de esta máquina. Pero una carta de todos modos dirigida a usted, a Glenda Jackson, en alguna parte del mundo que probablemente seguirá siendo Londres; como muchas cartas, como muchos relatos, también hay mensajes que son botellas al mar y entran en esos lentos, prodigiosos sea-changer que Shakespeare cinceló en La Tempestad y que amigos inconsolables inscribirían tanto tiempo después en la lápida bajo la cual duerme el corazón de Percy Bysahe Shelley en el cementerio de Cayo Sextio, en Roma.
Es así, pienso, que se operan las comunicaciones profundas, lentas botellas errando en lentos mares, tal como lentamente se abrirá camino esta carta que la busca a usted con su verdadero nombre, no ya la Glenda Garson que también era usted, pero que el pudor y el cariño cambiaron sin cambiarla, exactamente como usted cambia sin cambiar de una película a otra. Le escribo a esa mujer que respira bajo tantas máscaras, inclusa la que yo inventé para no ofenderla y le escribo porque también usted se ha comunicado ahora conmigo debajo de mis máscaras de escritor; por eso nos hemos ganado el derecho de hablarnos así, ahora que sin la más mínima posibilidad imaginable acaba de llegarme su respuesta, su propia botella al mar rompiéndose en las rocas de esta bahía para llenarme de delicia en la que por debajo late algo como el miedo, un miedo que no acalla la delicia, que la vuelve pánica, la sitúa fuera de toda carne y de todo tiempo como usted y yo sin duda lo hemos querido cada uno a su manera.
No es fácil escribirle esto porque usted no sabe nada de Glenda Garson, pero a la vez las cosas ocurren como si yo tuviera que explicar inútilmente algo que de algún modo es la razón de su respuesta; todo ocurre como en planos diferentes, en una duplicación que vuelve absurdo cualquier procedimiento ordinario de contacto; estamos escribiendo o actuando para terceros, no para nosotros, y por eso esta carta toma la forma de un texto que será leído por terceros y acaso jamás por usted, o tal vez por usted pero solo en algún lejano día, de la misma manera que su respuesta ya ha sido conocida por terceros mientras que yo acabo de recibirla hace apenas tres días y por un mero azar de viaje. Creo que si las cosas ocurren así, de nada serviría intentar un contacto directo; creo que la única posibilidad de decirle esto es dirigiéndole una vez más a quienes van a leerlo como literatura, un relato dentro de otro, una coda o algo que parecía destinado a terminar con ese perfecto cierre definitivo que para mi deben tener los buenos relatos. Y si rompo la norma, si a mi manera le estoy escribiendo este mensaje, usted que acaso no lo leerá jamás es la que me está obligando, la que tal vez me está pidiendo que se lo escriba.
Conozca, entonces, lo que no podía conocer y sin embargo conoce. Hace exactamente dos semanas que Guillermo, Shavelson, mi editor en México, me entregó los primeros ejemplares de un libro de cuentos que escribí a lo largo de estos últimos tiempos y que lleva el título de uno de ellos, Queremos tanto a Glenda. Cuentos en español, por supuesto, y que sólo serán traducidos a otras lenguas en los próximos años, cuentos que esta semana empiezan apenas a circular en México y que usted no ha podido leer en Londres, donde por lo demás casi no se me lee y mucho menos en español. Tengo que hablarle de uno de ellos sintiendo al mismo tiempo, y en eso reside el ambiguo horror que anda por todo esto, lo inútil de hacerlo, porque usted, de una manera que solo el relato mismo puede insinuar, lo conoce ya; contra todas las razones, contra la razón misma, la respuesta que acabo de recibir me lo prueba y, me obliga a hacer lo que estoy haciendo frente al absurdo, si esto es absurdo, Glenda, y yo creo que no lo es aunque ni usted ni yo podamos saber lo que es.
Usted recordará entonces, aunque no puede recordar algo que nunca ha leído, algo cuyas páginas tienen todavía la humedad de la tinta de imprenta, que en ese relato se habla de un grupo de amigos de Buenos Aires que comparten, desde una furtiva fraternidad de club, el cariño y la admiración que sienten por usted, por esa actriz que el relato llama Glenda Garson, pero cuya carrera teatral y cinematográfica está indicada con la claridad suficiente para que cualquiera que lo merezca pueda reconocerla. El relato es muy simple: los amigos quieren tanto a Glenda que no pueden tolerar el escándalo de que algunas estén por debajo de la perfección que todo gran amor postula y necesita, y que la mediocridad de ciertos directores enturbie lo que sin duda usted había buscado mientras las filmaba. Como toda narración que propone una catarsis, que culmina en un sacrificio lustral, éste se permite transgredir la verosimilitud en busca de una verdad más honda y más última; así, el club hace lo necesario para apropiarse de las copias de las películas menos perfectas y las modifica allí donde una mera supresión o un cambio apenas perceptible en el montaje repararán las imperdonables torpezas originales. Supongo que usted, como ellos, no se preocupa por las despreciables imposibilidades prácticas de una operación que el relato describe sin detalles farragosos; simplemente la fidelidad y el dinero hacen lo suyo, y un día el club puede dar por terminada la tarea y entrar en el séptimo día de la felicidad. Sobre todo de la felicidad porque en ese momento usted anuncia su retiro del teatro y del cine, clausurando y perfeccionando sin saberlo una labor que la reiteración y el tiempo hubieran terminado por mancillar.
Sin saberlo... Ah, yo soy el autor del cuento, Glenda, pero ahora ya no puedo afirmar lo que me parecía tan claro al escribirlo. Ahora me ha llegado su respuesta, y algo que nada tiene que ver con la razón me obliga a reconocer que el retiro de Glenda Garson tenía algo de extraño, casi de forzado, así, al término justo de la tarea del ignoto y lejano club. Pero sigo contándole el cuento aunque ahora su final me parezca horrible puesto que tengo que contárselo a usted, y es imposible no hacerlo puesto que está en el cuento, puesto que todos lo están sabiendo en México desde hace diez días y sobre todo porque usted también lo sabe. Simplemente, un año más tarde Glenda Garson decide retornar al cine, y los amigos del club leen la noticia con la abrumadora certidumbre de que ya no les será posible repetir un proceso que sienten clausurado, definitivo. Solo les queda una manera de defender la perfección, el ápice de la dicha tan duramente alcanzada. Glenda Clarson no alcanzará a filmar la película anunciada, el club 'hará lo necesario y para siempre.
Todo esto, usted lo ve, es un cuento dentro de un libro, con algunos ribetes de fantástico o de insólito, coincide con la atmósfera de los otros relatos de ese volumen que mi editor me entregó la víspera de mi partida de México. Que el libro lleve ese título se debe simplemente a que ninguno de otros cuentos tenía para mí esa resonancia un poco nostálgica y enamorada que su nombre y su imagen despiertan en mi vida desde que una tarde, en el Aldwych Theater de Londres, la vi fustigar con el sedoso látigo de sus cabellos el torso, desnudo del marqués de Sade; imposible saber, cuando elegí ese título para el libro que de alguna manera estaba separando el relato del resto y poniendo toda su carga en la cubierta, tal como ahora en su última película que acabo de ver hace tres días aquí en San Francisco, alguien ha elegido un título, Hopscotch, alguien que sabe que esa palabra se traduce por Rayuela en español. Las botellas han llegado ha destino, Glenda, pero el mar en el que derivaron no es el mar de los navíos y de los albatros.
Todo se dio en un segundo, pensé irónicamente que habla venido a San Francisco para hacer un cursillo con estudiantes de Berkeley y que íbamos a divertirnos ante la coincidencia del titulo de esa película y el de la novela que seria uno de los temas de trabajo. Entonces, Glenda, vi la fotografía de la protagonista y por primera vez fue el miedo. Haber llegado de México trayendo un libro que se anuncia con su nombre, y encontrar su nombre en una película que se anuncia con el título de uno de mis libros, valía ya como una bonita jugada del azar que tantas veces me ha hecho jugadas así; pero eso no era todo, eso no era nada hasta que la botella se hizo pedazos en la oscuridad de la sala y conocí la respuesta, digo respuesta porque no puedo ni quiero creer que sea una venganza.
No es una venganza si no un llamado al margen de todo lo admisible, una invitación a un viaje que solo puede cumplirse en territorios fuera de todo territorio. La película, desde ya puede decir que despreciable se basa en una novela de espionaje que nada tiene que ver con usted o conmigo, Glenda, y precisamente por eso sentí que detrás de esa trama más bien estúpida y cómodamente vulgar se agazapaba otra cosa, impensablemente otra cosa puesto que usted no podía tener nada que decirme y a la vez sí, porque ahora usted era Glenda Jackson y, si había aceptado filmar una película con ese título, yo no podía dejar de sentir que lo había hecho desde Glenda Garson, desde los umbrales de esa historia en la que yo la habla llamado as!. Y que la película no tuviera nada que ver con eso, que fuera una comedia de espionaje apenas divertida, me forzaba a pensar en lo obvio, en esas cifras o escrituras secretas que en una página de cualquier periódico o libro previamente con venidos remiten a las palabras que transmitirán el mensaje para quien conozca la clave. Y era así, Glenda, era exactamente así. ¿Necesito probárselo cuando la autora del mensaje está más allá de toda prueba? Si lo digo es para los terceros que van a leer mi relato y ver su película, para lectores y espectadores que serán los ingenuos puentes de nuestros mensajes: un cuento que acaba de editarse, una película que acaba de salir, y Ahora esta carta que casi indeciblemente los contiene y los clausura.
Abreviaré un resumen que poco nos interesa ya. En la película usted ama a un espía que se ha puesto a escribir un libro llamado Hopscotch a fin de denunciar los sucios tráficos de la CIA, del F.B.I. y del K.G.B., amables oficinas para las que ha trabajado y que ahora se esfuerzan por eliminarlo. Con una lealtad que se alimenta de ternura usted lo ayudará a fraguar el accidente que ha de darlo por muerto frente a sus enemigos; la paz y la seguridad los esperan luego en algún rincón del mundo. Su amigo publica Hopscotch, que aunque no es mi novela deberá llamarse obligadamente Rayuela cuando algún editor de "best sellers" la publique en español. Una imagen hacía el final de la película muestra ejemplares del libro en una vitrina, tal como la edición de mi novela debió estar en algunas vitrinas norteamericanas cuando Pantheon Books la editó hace años. En el cuento que acaba de salir en México yo la maté simbólicamente, Glenda Jackson, y en esta película usted colabora en la eliminación igualmente simbólica del autor de Hopscotch. Usted como siempre es joven y bella en la película, y su amigo es viejo y escritor como yo. Con mis compañeros del club entendí que solo en la desaparición de Glenda Garson se fijaría para siempre la perfección de nuestro amor; usted supo también que su amor exigía la desaparición para cumplirse a salvo. Ahora, al término de esto que he escrito con el vago horror de algo igualmente vago, sé de sobra que en su mensaje no hay venganza sino una incalculablemente hermosa simetría, que el personaje de mi relato acaba de reunirse con el personaje de su película porque usted lo ha querido así, porque solo ese doble simulacro de muerte por amor podía acercarlos. Allí, en ese territorio fuera de toda brújula, usted y yo estamos mirándonos, Glenda, mientras yo aquí termino esta carta y usted en algún lado, pienso que en Londres, se maquilla para entrar en escena o estudia el papel para su próxima película.

Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik


París, 9 de septiembre de 1971

Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Julio

domingo, 19 de diciembre de 2010

Carta de Miguel Bakunin a Anselmo Lorenzo


Al ciudadano Lorenzo, delegado de la Región Española de la Asociación Internacional
de los Trabajadores en la última Conferencia de Londres

1
.10 de mayo de 1872, Locarno .

Estimado ciudadano:

Algunos amigos de Barcelona acaban de comunicarme, sólo ahora, que, preguntado por
ellos sobre mi persona, a su regreso de Londres, usted les habría respondido con esas
palabras:
”Si Utin dijo la verdad en Londres, Bakounine es un miserable. Si no es la verdad, Utin
sólo es un vil calumniador."
2

[Presentación de Utin y de los motivos de Bakunin]
Seis meses transcurrieron, aproximadamente, desde que usted planteó ese dilema. Y si
los amigos de Barcelona no se hubieran decidido al final avisarme hoy yo ignoraría aún que el
señor Utin se divirtió en calumniarme de modo infame en Londres lo que por lo demás de
parte suya no me sorprende, puesto que cada hombre hace por naturaleza lo que su propia
índole le manda. Ahora sé por lo menos que me calumnió, pero desconozco el tenor de sus
calumnias. En efecto usted debe saber, ciudadano, que mis compañeros y amigos, los herejes
de la Federación Jurasiana, que la ortodoxia oficial e inquisitorial del Consejo General de
Londres acordó castigar con la excomunicación mayor, colocándoles con arbitrariedad fuera
de la Internacional, y yo que, desde hace tres años, vivo casi aislado en Locarno, no sabemos
casi nada de lo que pasó, se dijo y fue resuelto ya sea en las sesiones oficiales, ya sea entre
bastidores y en los conciliábulos más íntimos de aquella famosa Conferencia de Londres que,
lo temo mucho, no fue más que un golpe de estado montado por gentes hábiles, para
establecer en la Internacional la dominación de una pandilla excesivamente intrigante y
ambiciosa y autoritaria hasta el supremo grado.
Vuelvo a mis calumniadores. Hablo de ellos en plural, porque usted no debe imaginar
que ese mezquino judío ruso que se llama el señor Utin sea el principal y el único. Lo que
dice y lo que hace no puede tener importancia sino porque es el instrumento del gran jefe de
la sinagoga
3
, el ciudadano Marx. Le dije a usted que ninguna mentira, ninguna calumnia,
ninguna infamia procedente de Utin podrían sorprenderme; atormentado por una ambición y

1
Esa conferencia de Londres fue en septiembre de 1871 (Todas las notas son del traductor; Carta
publicada en el CDR de los obras de Bakunin editado por el Instituto Internacional de Ciencias
Sociales de Ámsterdam, traducción y notas de Frank Mintz).
2
La frase exacta es Si lo que Marx ha dicho de Bakunin es cierto, éste es un infame, y si no, lo es
aquél; no hay término medio: tan graves son las censuras y acusaciones que he oído. El Proletariado
Militante, tomo I, capítulo 24, “La conferencia de Londres”.
3
El antisemitismo de Bakunin chocó con razón a Anselmo Lorenzo entre las acusaciones dirigidas
por Bakounine contra Marx descuella como motivo especial de odio las circunstancias de que Marx
era judío. Esto, que contrariaba nuestros principios, que imponen la fraternidad sin distinción de
razas ni de creencias, me produjo desastroso efecto, y dispuesto a decir la verdad, consigno esto a
pesar del respeto y de la consideración que por muchos títulos merece la memoria de Bakounine.
Lorenzo Anselmo El Proletariado militante, Madrid, 2005, p. 204.2
por una vanidad que sólo se igualan a su nulidad; la boca siempre llena de palabras pomposas,
que aprendió al dedillo, y que va repitiendo como un papagayo, con la voz sonora, los
ademanes patéticos, pero con el corazón absolutamente vacío de todo otro objeto que sí
mismo, y con la cabeza incapaz de concebir y desarrollar una idea; superficial sin vergüenza,
descarado mentiroso; cobarde y poltrón cuando no se siente sostenido, pero con una
arrogancia fabulosa, del todo judía, cuando hay una masa muscular detrás suyo; versátil y
muy falso, inclinando el lomo ante quien le parece influente y brillante, lisonjeando al
proletariado con las burdas manifestaciones de una humildad y un respeto hipócritas,
cambiando al fin los principios como otros cambian de ropa, según las exigencias del medio y
del momento, ese diminuto miserable no tiene otra fuerza que su rematada altivez, su
consciencia sin vergüenza, su incontestable talento para la intriga y una docena de mil libras
de renta que le colocan muy bien dentro del partido de la reacción hoy dominante en la
Internacional de Ginebra. Nuestro amigo, Pellicer Farga de Barcelona, le podrá dar una idea
perfectamente justa del partido de que le hablo, por haberlo visto proceder tanto en Ginebra
como en el Congreso de Basilea. Ese partido, del que el señor Henry Perret que usted debió de
encontrar en Londres es un muy digno representante y que se compone de la flor y nata de los
ciudadanos-obreros de la relojería, se ha vuelto hoy muy poderoso en la Internacional de
Ginebra, gracias al doble apoyo de los burgueses radicales para quienes acepta servir de
instrumento y estribo, de un lado, y del Consejo General de Londres dirigido por la pandilla
marxiana
4
, del otro. Aprovechándose de esa alta protección, transformó no al pueblo, sino la
organización de la Federación Romanda
5
, dado que está representada por sus comités y su
periódico oficial, L'Egalité, en una muy sucia intriga reaccionaria, y el señor Utin se
encuentra naturalmente en su lugar.
Para acabar con él, añadiré que habiéndole hallado por vez primera en 1863 en Londres,
y apreciado a su justo valor, siempre lo mantuve alejado de mi intimidad lo que valió por
supuesto de parte suya un odio atroz. Ese odio lo había incubado silenciosamente en su pecho
mientras no había encontrado un apoyo formidable en el odio mucho más serio que me
dedica el ciudadano Marx. Sé de fuente segura, y podré probárselo de ser necesario, que Marx
no sólo acogió favorablemente, sino que provocó las calumnias de Utin. Ya en 1870, cuando
en nombre del Consejo General, Marx remitía a todos los Consejos o Comités regionales de la
Internacional, una circular confidencial, redactada en alemán y en francés al mismo tiempo y
llena, al parecer, de invectivas injuriosas y calumnias contra mí. Es un hecho de que sólo tuve
conocimiento hace unas semanas, gracias al último proceso de Liebknecht. En los primeros
meses de 1870, Marx escribía ya a Utin, encomendándole que reuniera cuantos documentos
pudieran servir de base a una acusación contra mí ante el próximo Congreso. ¡Usted puede
imaginar cómo Utin se las ingenió para hallar e inventar algo! Y a fuerza de falsedades
consiguieron, dicen, fraguar todo un sistema de calumnias que, por ridículas que son, no dejan
de ser odiosas calumnias en las cuales ellos mismos tan poco confían, que nunca se
atrevieron a publicarlas, conformándose, ¡digna gente es esa!, con propagarle
confidencialmente por medio de sus circulares, sus agentes y sus cartas, a espaldas mías.
Ahora bien cómo forzarles a osar.
[Exposición de las divergencias entre marxianos y libertarios, la personalidad de Marx
y la del propio Bakunin, según él mismo]
Usted me ha de preguntar ¿cómo pude atraerme ese odio terrible de Marx? Para hoy no
puedo ni deseo entrar en los detalles, si bien sé que, por mucha repugnancia que siento por

4
“marxiano” es el adjetivo que usaba Bakunin, siendo que el término “marxista” no se empleaba.
5
“Suiza Romanda” o de lengua francesa.3
introducir cuestiones de personas en los debates de la Internacional y di una gran prueba de
esta repugnancia, puesto que, a pesar de todos los ataques de mis enemigos, he guardado el
silencio durante casi tres años, estaré en la obligación de hacerlo dentro de poco. En esta
carta, que considero como el inicio de una lucha que deploro, pero que no puedo ya evitar, me
conformaré con indicarle a usted las dos principales causas.
Mis amigos y yo, cometimos dos grandes crímenes: uno personal, y otro relativo a los
principios. Pese a rendir completa justicia a la inteligencia, la ciencia del ciudadano Marx,
así como a los servicios que prestó a la causa del proletariado
6
, nunca quisimos inclinar
nuestras cabezas ante él, ni reconocerle como nuestro jefe, por tener todos la idolatría en
horror, y una aversión profunda, instintiva y reflexiva al mismo tiempo, por cuanto se
denomine autoridad, gobierno, tutela, individualidades dominantes o jefes. Este es nuestro
crimen personal. Es una rebelión contra quien, en su pío entusiasmo, el señor Liebknecht,
uno de los rabinos subalternos de la sinagoga, llama "su preceptor".
Nuestro crimen relativo a los principios no es menos grave. Nos atrevimos a oponernos
a la teoría de Marx, teoría esencialmente pangermánica y autoritaria, de la emancipación
económica del proletariado y de la organización de la igualdad y de la justicia por el Estado,
el principio latino eslavo, anárquico y rebelde de la abolición de todos los Estados. En
consecuencia de ese principio, combatimos las tendencias, hoy demasiado ostensibles de la
pandilla marxiana, al establecimiento de una disciplina jerárquica, de un gobierno y de una
dictadura enmascarada en la misma Internacional, en provecho de un consejo general
cualquiera. Tanto como los belgas, antes de ellos, el Congreso de la Federación Internacional
del Jura proclamó, conforme a los estatutos generales primitivos, los únicos obligatorios para
todas las secciones de la Internacional, que el Consejo General, por no ser y no tener que ser
revestido de poder gubernamental alguno, es únicamente una Oficina Central de Estadística y
Correspondencia, al mismo tiempo una suerte de bandera simbólica de la unión fraternal que
debe existir entre los proletarios de todos los países. Para darle una muestra de la buena fe de
nuestros adversarios, les citaré algunas palabras que encontré en el N° del 5 de mayo de La
Liberté de Bruselas, periódico a cuya alta imparcialidad por lo demás suelo rendir justicia. Es
una reseña, por otra parte bastante confusa y muy poco concienzuda, al parecer, del último
Congreso de ustedes en Zaragoza. Tengo indicios para creer que es el señor Lafargue, yerno
del señor Marx y comisario extraordinario del Consejo General en España, quien la hizo. Se
dice: La circular del Jura que amenazaba la Internacional con una escisión y la creación de
dos centros, sólo tuvo alguna importancia en Italia donde el movimiento proletario es del
todo joven y entre las manos de los doctrinarios idealistas. Sí, tan doctrinarios, que
rechazaron la doctrina marxiana del Estado, e idealistas hasta el extremo que sintieron
repugnancia por las sucias intrigas y calumnias de los marxianos.
Usted por cierto habrá leído la circular del Jura, circular, en cuya redacción no tuve
parte alguna, ni directa, ni siquiera indirecta, por no haber asistido al Congreso de Sonvilliers,
pero a la que adherí totalmente tras haberla leído, y como usted no tiene ningún interés en
desvirtuar su sentido y su objetivo, usted habrá reconocido que lejos de pensar en crear un
centro nuevo, al lado del que ya existe en Londres, no tiene otro objeto que hacer que este
último ingrese, con sus límites y su útil pero muy humilde misión, en la Oficina Central de
Estadística y Correspondencia. ¡Hay que tener mucha mala fe para acusar de ambición a
aquellas secciones obreras que, protestando contra el poder de los centros y llevando una
guerra ensañada al principio maldito de la autoridad, en todas sus aplicaciones posibles, están
atacando los mismos fundamentos en que pudieron apoyarse hasta ahora todas las ambiciones
y todas las dominaciones colectivas e individuales! La circular del Jura, lejos de haber errado

6
Es notable que casi siempre Bakunin encomia el saber de Marx y sus aspectos positivos, pero
rechazando su sed de poder.4
la diana, la alcanzó, puesto que provocó en todos los países del continente de Europa, menos
Alemania y algunos países que sufren moralmente el yugo de Alemania, unánimes
manifestaciones tan directamente opuestas a la dictadura del Consejo General de Londres,
que ese debidamente avisado, está jurando y reafirmando ahora que jamás pensó ultrapasar
los límites tan modestos que le imponen nuestros estatutos generales. Por poco que no quiera
la Internacional suicidarse y no dejar que se paralice ni se desvíe de su objetivo, el
movimiento revolucionario del proletariado en Europa, nunca debe permitir a ningún Consejo
General que franquee esos límites.
Su misma composición impuesta por la fuerza de las cosas, es tal que sería ridículo de
parte suya pretender a una dirección política cualquiera. En efecto ni siquiera es el producto
de una elección regular. Se recluta dentro de sí mismo, así como lo hacen todas las academias
hoy por hoy, así como lo hicieron antaño algunos senados en las repúblicas oligárquicas.
Siendo las Federaciones Obreras demasiado pobres como para mantener a sus representantes
permanentes, elegidos por ellas, sea en Londres, sea en cualquier otro punto central, tuvieron
los Congreso que mantener siempre al mismo Consejo General dejándole el cuidado y el
derecho de renovarse parcialmente a sí mismo. Pero sólo lo pudieron hacer con la condición
de que el Consejo General no se arrogue nunca ningún poder gubernamental, porque de otro
modo habrían condenado las secciones operarias, el proletariado de todos los países a sufrir el
yugo de un gobierno cuyos miembros le serían en gran parte desconocidos. Sería el principio
de una oligarquía monstruosa introducida en la Internacional y colocada a la cabeza del
movimiento socialista y revolucionario de Europa. Por tanto, los Congresos, al mantener
desde 1866, siempre el mismo Consejo General, han demostrado con eso que no daban
ninguna importancia a su composición personal; y les era permitido no darle importancia
alguna únicamente por la condición de que se comprenda muy bien que el Consejo General
nunca podrá ser revestido de ningún poder.
Si se me objeta que desde la fundación de la Internacional ha habido un grupo de
hombres inteligentes y entregados, una minoría más o menos de todos, lo que por otra parte
no será la verdad si bajo esa palabra de todos se entiende la masa de los internacionalistas, y si
dentro de esa minoría hay un hombre dotado de una inteligencia y una ciencia superiores, uno
de los padres de la Internacional, -¿y acaso un padre puede desear el mal para sus hijos?-
responderé, y espero que el mismo ciudadano Marx no querrá contradecir esa verdad tan
acertadamente probada por la historia que una democracia o un pueblo que se entrega a la
dirección de un hombre o a un grupo de hombres, por inteligentes, dedicados y desinteresados
que parezcan o que sean, comete un doble error, un doble crimen: convierte a ese hombre o
esos hombres en déspotas y a ellos mismos en esclavos. La esclavitud se encuentra como una
fatalidad al final de cualquier gobierno que sea, individual o colectivo, por elegido fuera él
mismo por el sufragio universal, y controlado y limitado por lo que los políticos de Alemania
llaman ahora la votación directa de las leyes por el pueblo, una suerte de plebiscito
permanente y que tendría por resultado inevitable, único, fundar en nombre de la supuesta
voluntad popular una nueva esclavitud popular.
Concibo como último recurso que en un momento de crisis suprema, -cuando las masas
de un país están absolutamente desorganizadas y no han adquirido aún el hábito de dirigirse a
sí mismas, y en dicho caso están muy cerca de caer en la esclavitud-, concibo pues que
cuando varias circunstancias importantes impiden que se reúnan y se concierten las secciones
de otros países a través de sus delegados obligados a cumplir mandatos imperativos, como
eso puede ser acaso el caso en España, concibo que a falta de otra vía y por carencia absoluta
de todo otro medio, ellas otorguen una suerte de poder dictatorial de muy corta duración a un
grupo de hombres a quienes conocen muy bien, siempre que les pidan que den pronto un
balance serio y terrible. Es siempre muy peligroso, pero puede hacerse inevitable. Creemos y
ya expresamos esa firme convicción, que el pensamiento, la vía y el poder revolucionario de 5
la Internacional no están arriba, sino abajo, no en los comités, sino en el pueblo de las
secciones cuyos comités sólo deben ser oficinas administrativas, siempre transparentes para el
pueblo y siempre obedecientes para con su ley, que la unidad internacional por fin, aquel gran
objetivo de nuestra Asociación, independiente de cualquier dirección central que únicamente
podría paralizarla y desorganizarla, se ubica [no] en el Consejo General, sino en la identidad
real de los intereses de las necesidades y aspiraciones del proletariado de todos les países, y
que por consiguiente la organización del poder y de la acción revolucionarias de los
Trabajadores de Europa y del mundo no puede ser obra de un gobierno central sea cual sea,
sino únicamente de la Federación perfectamente libre de las secciones autónomas.
Usted ya ve que entre el partido marxiano y el nuestro hay un abismo. Y cuando le
hablo de nuestro partido, le ruego tener en cuenta que no se trata de ninguna manera de mi
partido. Es de nuevo una de las odiosas estratagemas de nuestros adversarios el querer
representar a toda costa como la de un jefe de partido. Quisieran personificar la cuestión para
poder ahogarla más fácilmente. Nos representan, de un lado a mí, como un individuo confuso
que para darse una posición en la Internacional, no teme dividirla y de otro lado a mis
amigos, cuyos principios y convicciones tengo el honor de compartir, como estúpidas
herramientas de mi ambición. Esa estratagema, basada en una doble calumnia, cuya falsedad
los mismos marxianos conocen muy bien, no es torpe, sino infame. Y lo más singular, y diría
también, lo más descarado, es precisamente la gente, ya impelida por su teoría al culto de la
autoridad y de los jefes, que no deja escapar ninguna ocasión para proclamarse los discípulos
de Marx, "el preceptor suyo", el legislador y el maestro suyo, y se atreve en su conjunto a
lanzar ese insulto a algunos hombres que no hacen nada sino predicar la eliminación de los
jefes y el derrocamiento de todas las autoridades lo mismo oficiales y gubernamentales que
supuestamente revolucionarias.
Pero puesto que de mí se trata, quiero explicarme sobre mí mismo, una vez para todas.
En la polémica de los internacionalista italianos, simpática o antipática, pero siempre
conveniente y en la que me esforcé adrede soslayar hasta ahora tomar una parte personal, así
como en la sucia y odiosa polémica de los periódicos alemanes, a menudo fui presentado
como un hombre muy ambicioso, animado por la presumida o vanidosa pretensión de
colocarme en la Internacional como un rival de Marx. Nada es más falso. Es verdad que en
las cuestiones que tienen un vínculo, no con los principios mismos de la justicia y de la
igualdad, sino con su realización, tanto como en la organización del poder popular a través de
la Internacional, profeso un orden de ideas diametralmente contrapuesto al de Marx. Pero
nunca jamás, me he presentado como un antagonista personal, y menos aún como su rival.
Pero confiar tal gobierno a un Consejo General sea lo que fuere, encargarle que
organice y dirija la revolución social en todos los países; imaginarse que una nueva
providencia, [ilegible] de la omnipresencia, de la omnipotencia del dios de los cristianos, ese
Consejo General, -aunque estuviera incluso compuesto de miembros elegidos directamente
por las Federaciones Regionales- será capaz de abarcar, sin sofocarlas, o de comprender sólo
las mil manifestaciones del movimiento popular, tan diversas de países a otros países, de
provincia a otra provincia, de comuna a otra comuna, y cuyo conjunto constituye en sí la
universalidad de la revolución social; imaginar que su intervención en dicho movimiento a la
vez universal y local, colectivo e individual, -intervención necesariamente ciega, superficial y
parcial- no será de ninguna manera malévola y paralizante, significa levantar, de verdad, ¡el
culto en la centralización y la fe en la autoridad hasta la locura!
Conozco a Marx desde hace tiempo, y si bien deploro algunos defectos, realmente
detestables de su carácter, como una personalidad desconfiada, envidiosa, susceptible y
demasiado propensa a la admiración de sí misma, y un odio implacable, que se manifiestan
con las más odiosas calumnias y una persecución feroz contra cuantos, entre los que
comparten las mismas tendencias que las suyas, tienen la desgracia de no poder aceptar ni su 6
sistema particular, ni sobre todo su dirección personal y suprema, que la adoración, por así
decirlo, idólatra y la sumisión demasiado obcecada de sus amigos y discípulos, le han
acostumbrado a considerar como la única racional y como la única saludable -a pesar de
constatar esos defectos que malogran a menudo el bien que él es capaz de proporcionar y que
brinda, siempre he apreciado sumamente - y no pocos amigos podrán atestiguarlo de ser
necesario-, siempre he reconocido con justa razón la inteligencia y la ciencia verdaderamente
superior de Marx y su entrega inalterable, activa, emprendedora, enérgica por la gran causa de
la emancipación del proletariado
7
He reconocido y sigo reconociendo los inmensos servicios .
que ha prestado a la Internacional de la que fue uno de los principales fundadores, lo que
constituye a mis ojos su mayor título de gloria. Pero pienso todavía hoy que sería una pérdida
seria para la Internacional si Marx, frustrado en sus proyectos ambiciosos y en la realización
de ideas prácticas, de cuya bondad sin duda alguna está convencido, pero que nos parecen a
nosotros muy malas, quisiera retirar del desarrollo ulterior de nuestra gran asociación el
concurso tan útil de su inteligencia y de su actividad. Pero todo ello no constituye una razón
para convertirse en la herramienta ciega de Marx, y no vacilo en declarar que si hubiera que
elegir entre su doctrina o su retiro yo preferiría su retiro.
Yo habría resultado sencillamente ridículo de haber tenido una vez el pensamiento de
comparar mis servicios a los suyos. Solo fui un simple soldado de la Internacional, muy
entregado, muy fiel, pero sin ningún otro título de reconocimiento, mientras que Marx fue
uno de sus más inteligentes iniciadores, de sus padres. Lo reconozco de todo corazón, pero
que me sea permitido, al mismo tiempo, expresar el deseo, que la gran inteligencia de Marx le
haga entender al final -una cosa que generalmente los padres comprenden poco- que puesto
que el niño creció es preciso emanciparle de cualquier tutela, lo mismo pública que
enmascarada.
Así mismo habría sido ridículo de parte mía medir mi ciencia, muy insuficiente y del
todo de segunda mano, con la ciencia realmente muy amplia y profunda de Marx. Ante esa
ciencia me inclino de buen grado, pero no la acepto a ciegas. Respeto mucho la ciencia, la
verdadera ciencia, la ciencia positiva y la respetaré aún más cuando se vuelva la ciencia de
todo el mundo, la del pueblo. Pero con toda la energía de mi alma protesto contra la
dominación de los científicos. Enemigo en general de todos los gobiernos, porque estoy
convencido que, por la misma índole de su constitución, como organización de la autoridad,
deben ser fatales para la igualdad, la justicia, la libertad y la prosperidad de los pueblos,
pienso que entre todos, el gobierno de los científicos sería el más arrogante, el más
despreciativo, frío y sistemáticamente opresivo, y por consiguiente el más detestable.
Para volver a mi propia persona, dado que muy a pesar mío se la cuestiona, declaro, una
vez para todas, que por no haber inventado nunca un sistema, ni siquiera lo que se llama una
idea nueva, no tengo el menor derecho a la apelación de cabecilla o jefe en el sentido teórico
de esa palabra, y en cuanto a la práctica todavía menos se me lo puede aplicar, porque para
serlo hay que poder comandar al menos a algunos soldados, y no hay ni uno que me siga. Por
lo tanto nunca fui un jefe sino en la imaginación, o incluso más bien en la malévola
intención de mis calumniadores. Jamás me presenté como jefe entre mis amigos y nunca me
habrían aceptado como tal, ni yo, ni otro. En efecto, se lo repito otra vez, si hay un
sentimiento universal y dominador entre nosotros, es el horror profundo contra todo lo que
se llama dominación y dominadores, tutela y tutores; y le puedo asegurar que la confianza de
los amigos, su amistad fraternal, su estima, que considero como mis tesoros más preciosos, se
transformarían muy rápidamente en desprecio y odio si descubrieran en mí un asomo de una
ambición otra que la de participar al igual que ellos en la obra común.

7
Es notable que casi siempre Bakunin encomia el saber de Marx y sus aspectos positivos, pero
rechazando su sed de poder.7
No existen luchas de ambición ni de celos personales entre nosotros. Como todas les
capacidades nunca pueden volverse dominantes, puesto que la posibilidad misma de alguna
dominación sea la que fuere queda excluida, porque todas las facultades individuales deben
auxiliar al triunfo de una causa esencialmente colectiva pero se alegran [los amigos] cuando
hallan en uno de sus hermanos una capacidad nueva. Para todos es una riqueza y una fuerza
más; y el campo de acción es tan inmenso que de veras hay bastante lugar y trabajo para
todos, más trabajo de lo que cada uno puede levantar. Hemos llegado por lo demás y llegamos
cada día a la convicción -fruto de la muy dura y muy humillante experiencia individual por
la que tuvimos todos que pasar durante esos terribles años- de que las facultades y las fuerzas
más completamente desarrolladas, son impotentes y nulas en presencia del objetivo
gigantesco que aspiramos a cumplir. Y si queremos cumplir con la tarea nos queda
únicamente un medio: sumirnos, para así decirlo, ampliándolos y consolidándolos con ello, en
todos los pensamientos y todas las iniciativas individuales en el pensamiento y la acción
colectivos. De ese modo la fuerza de cada uno se convierte en la de todo el mundo, y por tanto
cada uno se hace inteligente, poderoso, moral por la inteligencia, la potencia y la moralidad
solidarias de todos.
Pero volvamos a mi estimada persona. Todo mi mérito, si mérito hay, consiste en haber
sido siempre apasionadamente entregado a los principios que mantengo como verdaderos;
haberlos propagados con toda la energía de que soy capaz, y por no desviarme nunca de los
mismos, ni por nadie, ni por nada.
Enemigo convencido del Estado y de todas las instituciones económicas como
políticas, jurídicas y religiosas del Estado; enemigo en general de todo lo que en el lenguaje
de la gente doctrinaria se denomina la tutela benefactora ejercida bajo cualquier forma, por las
minorías inteligentes, y naturalmente desinteresadas, sobre las masas; convencido que la
emancipación económica del proletariado, la gran libertad, la libertad real de los individuos y
de las masas y la organización universal de la igualdad y de la justicia humanas, que la
humanización del rebaño humano en una palabra, es incompatible con la existencia del Estado
o cualquier otra forma de organización autoritaria, inicié desde el año 1868, época de mi
ingreso en la Internacional, en Ginebra, una cruzada contra el mismo principio de autoridad,
y empecé a predicar en público la abolición de los Estados, la abolición de todos los
gobiernos, de cuanto se llama dominación, tutela poder, incluida desde luego la supuesta
revolucionaria y provisional, que los jacobinos de la Internacional, discípulos o no discípulos
de Marx nos recomiendan como un medio de transición absolutamente necesario, eso
pretenden, para consolidar y organizar la victoria del proletariado. Siempre pensé y pienso
hoy en día más que nunca que esa dictadura, resurrección encubierta del Estado, nunca podrá
producir otro efecto que el paralizar y matar la vitalidad misma y la potencia de la revolución
popular.
Esos son los principios que propagué, pero no fui el único en hacerlo. Muchos amigos
muy íntimos y muy queridos, suizos, franceses, españoles, sin hablar de los belgas que los
desarrollaron con una ciencia particular, los predicaron al mismo tiempo y a menudo con
mucha más elocuencia y éxito que yo. En el Congreso de Basilea gracias a la conformidad
que existió incontestablemente entre los principios y los instintos del proletariado, llevamos
una victoria que se puede declarar completa, no sólo sobre los proudhonianos individualistas
y doctrinarios de París, propagadores atrasados del socialismo burgués, los Tollain, los
Langlois, ahora traidores de cara a la Internacional, sino además sobre los comunistas
autoritarios de la escuela de Marx. Eso es lo que Marx y los suyos nunca podrán personarnos.
Por esto justo después del Congreso de Basilea, emprendieron contra nosotros una campaña
que tiende nada menos que ir a nuestra completa demolición.
Era el derecho de ellos y de haberse conformado con atacarnos en nuestros principios,
no tendríamos por cierto nada que reprocharles. A sus argumentos, habríamos opuesto los 8
nuestros. En esa polémica, útil así mismo para ambos partidos, el pueblo de la Internacional,
nuestro juez natural, habría pronunciado su sentencia en última instancia. Pero nuestros
adversarios no quisieron esa guerra leal. Encontraron más cómodo difamar a las personas
antes que combatir los argumentos, y nos tiraron fango encima. Primero empezaron por
rellenar sus periódicos con insinuaciones malévolas contra nosotros y sobre todo contra mí
que parecen haber designado como el chivo expiatorio condenado por ellos a expiar el crimen
solidario de todos nuestros amigos. Usaron acusaciones mentirosas, muy pérfidas y muy
ridículas en la intención y en el fondo, y además muy vagas en la forma, tímidas y llenas de
prudentes reticencias, formuladas en una palabra de manera a que pudieran dejarlas caso de
ser necesario. Sus ataques fueron además tan ridículos y, para tomar la palabra real, tontos,
que con pocos deseos de exponer a mi propia persona en una polémica repugnante, creí que
podía evitar las respuestas. Por lo demás, los amigos habían resuelto unánimemente que en
presencia de esos ataques indignos, todas personales, se guardaría el silencio, y no pude ni
quise desobedecer a una decisión general Pero nuestro silencio, lejos de haber desarmado a
nuestros adversarios e insultadores, parece haberles irritado más. Al parecer lo tomaron por lo
que era en efecto, por una expresión de desprecio, y me apresuro en añadir, de un desprecio
que no se dirigía a sus personas -porque hay entre ellos hombres como Marx, como Engels,
como Jung y como Liebknecht, que estimamos en no pocos aspectos- sino que apuntaban a
los medios infames que usan todavía hoy para atacarnos.
Entonces, sea alentados, sea irritados por nuestro silencio, pasaron del sistema de la
calumnia por insinuaciones veladas; al de la calumnia positiva, descarada, propagando contra
nosotros las más horribles mentiras, tanto mediante sus periódicos, como su correspondencia
oficial y oficiosa, siempre confidencial y agentes que mandaron con los fondos la
Internacional a todos les países. Se puede decir que la Internacional les había colocado en
esa posición preponderante y les suministró medios de acción, no para activar la propaganda
socialista, sino para destruir a quienes osan contradecir las ideas y la práctica de Marx.
Insultados y calumniados de ese modo, durante dos años y medio, pacientes como ángeles,
otros dirían como burros, nos quedamos callados. Y ahora le voy a explicar las razones de ese
largo y unánime silencio.
Ante todo fue el asco. No estamos acostumbrados como los amigos y discípulos de
Marx, al fango. Ellos se sumergen en él como si fuera su elemento natural. Allá ellos, pero
nos era imposible seguirles en ese terreno en que la victoria la tienen siempre asegurada.
Contábamos por otra parte con el sentido común y el sentimiento de equidad del gran público
de la Internacional que, sin que intervengamos, sabrá dar la justicia entre la calumnia y los
calumniadores. Cometimos un error al olvidar esa tendencia general de los hombres a creer
más fácilmente en el mal que en el bien que se dice de otra persona, y de esas palabras tan
hondas de Don Basilio en la comedia de Beaumarchais: "Calumnien siempre y algo quedará".
Avisados por una triste experiencia, no cometeremos ya tamaño error, muy decididos como lo
estamos a desenmascarar a los calumniadores y a atacar la calumnia, por ridícula y estúpida
que sea en su fuente. Lo debemos por la misma dignidad y moralidad de la Internacional que,
realmente, quedaría deshonorada y perdida, si la calumnia pudiera convertirse un día en un
medio de triunfo.
Tuvimos otras razones, aún más serias, para no aceptar la lucha de personas a la cual
nuestros adversarios habían querido forzarnos. Partiendo de nuestro principio hostil a
cualquier dominación, pensamos en general que no es nada bueno que la Internacional se
preocupe de tantas personas: para los traidores, existe la expulsión, acompañada del unánime
desprecio; para las diferencia personales, hay los jurados de honor, y para quienes dieron
buenos servicios a la Internacional, hay la estima y la amistad de los compañeros. Fuera de
eso no hay nada, no teniendo la Internacional otro objetivo que la emancipación de todos, no
debe tratar de la nariz, del talle, del espíritu o del tipo de carácter de nadie. Convencidos de 9
esa verdad, no quisimos por tanto permitir a nuestros encarnizados adversarios que
transformen una gran cuestión de principios y de práctica general en un miserable y
escandaloso asunto personal. Luego quisimos a toda costa la unión de la Internacional, y en
todo caso, no quisimos tomar nosotros la terrible responsabilidad de una ruptura pública de
una escisión, en presencia del mundo burgués que no puede dejar de regocijarse, y en una
época tan crítica como la nuestra.
En medio de los eventos amenazadores que ocurrieron en Francia y que están pasando o
se están preparando hoy por hoy en toda Europa; durante y después de una guerra desastrosa
que cambia las relaciones políticas de Europa no en beneficio del proletariado, sino de la
dictadura militar y del régimen policial y bancario que triunfan por doquier, pensábamos que
el más simple deber mandaba a todos los internacionales, individuos y secciones, el olvido de
sus pasiones y sus injurias personales y locales y la unión, no bajo cualquier dictadura sino en
la solidaridad y la alianza libre de todos contra el enemigo común.
Usted entiende, lo espero, ahora porque nos callamos hasta que la Conferencia de
Londres nos obligó a romper el silencio que nos habíamos impuesto. Le mostraré cuándo y
dónde convenga cómo nuestros enemigos, aprovechándose de todos esos eventos y de nuestro
silencio, acumularon contra nosotros las denuncias, las calumnias, las injurias. Hoy sólo le
citaré dos hechos:
En agosto de 1871, tras la proclamación de la república en París, La Solidarité, órgano
de la Federación Jurasiana, había lanzado una proclama a los trabajadores internacionales de
todos los países, llamándoles a todos a la expresión de una simpatía no platónica, sino
revolucionaria y activa por Francia que se había convertido en la Patria de la revolución. El
gobierno Federal de Suiza se inquietó mucho. Ese manifiesto, pensó, podía comprometer
mucho Suiza ante la Alemania conquistadora y triunfante. Hizo pues amonestaciones al
gobierno de Neuchâtel, que se hallaba y sigue estando en manos de los burgueses radicales
aliados naturales de los burgueses radicales de Ginebra, que, desde hace unos dos años, como
ya le expuse, se han vuelto los amos de la Internacional de Ginebra. Los burgueses de
Neuchâtel que llevaban algunos años de odio contra nuestro amigo James Guillaume, el
redactor de La Solidarité; porque, hijo de un consejero de Estado, inteligente, culto y capaz,
había cometido el crimen de preferir a la brillante carrera burguesa que se le abría, el humilde
y ruinoso servicio del socialismo revolucionario en la Internacional, y porque en nuestro
periódico él se había atrevido a desarrollar principios absolutamente contrarios al radicalismo
y al patriotismo burgués. Esa vez estimulados por las amonestaciones del gobierno Federal y
por sus propios terrores, los burgueses fueron presa de un verdadero furor contra él. Se le
amenazó con quebrar la maquinaria, o quitar a la imprenta todas los pedidos de algunos
amigos, porque había burgueses furiosos que querían matarle, usted sabe que nada es tan
feroz como los burgueses que tienen miedo. ....
Todo eso fue por lo demás perfectamente natural y en regla. Los burgueses de
Neuchâtel actuaron como deben actuar todos los burgueses. Pero lo escandaloso es que
L'Egalité, órgano oficial de la Federación Romanda en Ginebra, redactado por el señor Utin,
bajo la dirección inmediata del Consejo de esa Federación internacional, tomó partido por los
burgueses radicales contra Guillaume de la Internacional. Utin le atacó a él y su manifiesto de
manera repugnante; y no le bastó ese éxito, para complacer sin duda a sus altos y poderosos
protectores los burgueses radicales del gobierno Central de Ginebra, el Consejo Federal de la
Región ginebrina remitió al gobierno Federal de Suiza una protesta en la que desaprobaba con
energía ese desdichado manifiesto que había enfurecido tanto y aterrorizado a los señores
burgueses.
Otro hecho. En septiembre de 1870, el señor Liebknecht escribía en el Volksstaat,
órgano oficial del partido de la democracia socialista de los obreros alemanes, que los triunfos
de Alemania y la derrota de Francia debía tener por consecuencia natural que pasara la 10
iniciativa del movimiento socialista de Francia a Alemania, y con el deseo sin duda de
manifestar dignamente esa nueva iniciativa pangermánica, celebró con un gran entusiasmo los
éxitos del señor Gambetta, el gran ahogador de la verdadera defensa nacional popular y el
demoledor de la Federación de los revolucionarios socialistas del Sur de Francia. El señor
Liebknecht calumnió naturalmente en su periódico la insurrección de septiembre en Lyon, y
echó a cuantos tuvieron el honor de tomar parte en ese movimiento una buena porción de su
lodo.
Hoy por hoy, hemos llegado al final a esa convicción que, excepto si nos dejamos
ahogar en ese fango, nos es imposible evitar la ruptura. Pero queremos que conste que no
somos nosotros quienes la habremos provocado. Hicimos grandes sacrificios para conservar la
paz, nuestros adversarios la desestimaron. Nuestro silencio y nuestra paciencia, en lugar de
humanizarles, les hizo creer que no teníamos ni bastante fuerza para defendernos, ni bastante
valor para atacarles y creyeron que había llegado el momento de aniquilarnos y establecer con
eso su dominio en la Internacional.
Aprovechando la desorganización de las secciones francesas que siempre se les habían
resistido y consolidados con la mayoría alemana, la Suiza alemana, ginebrina e inglesa que
habían preparado hábilmente, decidieron dar un gran golpe. Convocaron pues la famosa
Conferencia de Londres, guardándose de convocar allí a los delegados de la Federación
Jurasiana, víctima condenada por ellos a la inmolación. Usted conoce lo demás.
Esa Conferencia tuvo evidentemente dos objetivos: 1) Convertir el Consejo general de
Londres, dirigido de manera casi soberana por el ciudadano Marx, en un gobierno político y
central, medio oficial y público, y oculto en parte; 2) Alinear [y agrupar] las secciones y todos
los individuos que tuvieron la audacia de protestar contra las teorías y sobre todo contra la
dictadura de Marx.
Juzgando por lo que se publicó sobre esa Conferencia, el doble objetivo fue alcanzado y
por eso se inquietó la Federación Jurasiana.
Si ella tuviera que callar aún, merecería realmente el desprecio. En efecto ya no se trata
hoy en día ni de individuos, ni siquiera de secciones únicamente. Se trata de la misma
existencia de la Internacional, que las resoluciones de la Conferencia amenazan con matar. Y
por el modo de cómo nuestros adversarios plantearon la cuestión, ya se debe únicamente
elegir entre la dictadura de Marx, necesariamente acompañada de la salida de todos los que,
miembros como secciones, no están dispuestos a reconocer ninguna dictadura, ningún
gobierno desde arriba, sea cual sea, o entre la disolución completa de la intriga que quiere
asegurar la dominación pangermánica de los marxianos.
Sí, pangermánica, porque como no voy a tardar a probarlo por otra parte, prescindiendo
de toda cuestión personal, el debate que nos divide hoy en día en el seno de la Internacional,
no es sino la reproducción de la gran cuestión histórica que los acontecimientos actuales
plantearon.
¿A quién pertenece el porvenir? ¿Al principio de la dominación y de los grandes
Estados, esencialmente, históricamente representado por la raza conquistadora o
violentamente civilizadora y por lo tanto autoritaria de los germanos, burguesamente
denominados ahora los alemanes; o al principio del socialismo revolucionario y de la
organización espontanea de la libertad popular, por medio de la abolición de todas las
instituciones políticas y jurídicas del Estado y de la federación de las asociaciones y comunas
autónomas, representada por los latinos y eslavos, en ese plano, la unión y la solidaridad más
fraternal con el pueblo alemán es posible. Pero en el terreno propiamente germánico
desembocaría fatalmente en el triunfo del pangermanismo.
Y para volver a las cuestiones personales, que, desgraciadamente, se nos imponen a
pesar nuestro, añadiré, que no deseamos de ninguna manera, que Marx ni ninguno de los
suyos dejen la Internacional. Al contrario, nos enfadaría mucho; ni siquiera deseamos, que 11
salga del Consejo General, en cuyo seno su gran ciencia económica puede dar todavía
inmensos servicios (6). Lo que pedimos y lo que creemos tener el derecho de exigir, son
nuestros estatutos generales primitivos, los únicos que reconocemos, es que el Consejo
General, regresando a los límites, que le son asignados por sus estatutos, vuelva a representar,
lo que nunca habría dejado de ser: una Oficina Central de Estadística y de Correspondencia, y
que renunciando para siempre jamás a transformarse en una suerte de gobierno político y
director supremo de las revoluciones, deje a cada país, a cada región, a cada federación, y a
cada sección la plena libertad y el cuidado de determinar su política propia. Tras lo cual
estaremos seguros que todas se unirán en el pensamiento unánime de seguir en adelante una
sola política, la de la destrucción de los Estados.
Tales son las cuestiones, que van a ocupar y probablemente desgarrar al próximo
Congreso. No creo equivocarme al presagiar que la mayoría de ese Congreso será marxiana,
porque hay que rendir esa justicia a nuestros adversarios, son muy hábiles políticos, lo que a
mi parecer echa sobre el socialismo revolucionario de ellos una luz bastante equívoca, dado
que la política es por excelencia el arte de manipular a las masas, o sea el arte de engañarlas y
desviarlas con el fin del establecimiento de un Estado, es decir una dominación y por
consiguiente también cualquier nueva explotación. Hábiles políticos, dije, y cuantos más
poderosos, que no retroceden ni siquiera ante la infamia, de ser necesaria, para asegurarse el
triunfo. Los amigos, discípulos y numerosos agentes de Marx, desparramados hoy, como se
sabe, y mantenidos en todos les países con el dinero de la Internacional, se movieron tanto,
mintieron, calumniaron, intrigaron, que hasta en los países más recalcitrantes a su doctrina y
en particular en todos los países latinos, tendrán la seguridad del voto de unos raros
adherentes. Pero incluso fuera de esos partidarios de última hora, podrán contar con una
formidable mayoría en el Congreso.
Primero habrá la falange sagrada y tan bien disciplinada de los delegados de Alemania y
de la Suiza alemana, que votarán como un solo hombre, a ciegas, por Marx y por cuanto
quiera Marx. Agregue a eso a los neófitos de Dinamarca, que introdujeron en la organización
de sus secciones una jerarquía despótica, capaz de despertar la envida de los mismos
alemanes. Habrá luego los norteamericanos y los ingleses, que todos votarán también en el
sentido de Marx, y eso por muchas razones. Primero, aunque parece ahora que un grupo de
disidentes contra Marx se haya alzado hasta entre los obreros de Inglaterra, una disidencia,
cuyas naturaleza y causas confieso francamente ignorar hasta ahora, se puede estar seguro,
que, como en los años precedentes, únicamente habrá los partidarios de Marx, que tanto de
Norteamérica como de Inglaterra, vendrán al Congreso. Y de pensar los grupos disidentes de
Londres mandar allí sus delegados, el Consejo General de Londres ya encontrará algún
motivo plausible para que no se les reconozca. Otra razón es esa: los ingleses, como los
norteamericanos, exclusivamente sumidos en los asuntos de sus propios países, son de una
ignorancia e indiferencia profundas para con la mayor parte de las cuestiones, que agitan y
apasionan el continente de Europa. Y con tal de que el Consejo General no piense en querer
ejercer alguna autoridad, tutela, por mínima que sea, sobre la independencia absoluta de la
agitación política y socialista nacional [de los ingleses], -lo que el Consejo General nunca
intentará hacer- le otorgarán toda la autoridad posible sobre las secciones turbulentas y
rebeldes de los países latinos.
Luego vendrá por fin la gran intriga de Ginebra. Tengo que detenerme un tanto sobre
ese punto, primero por que toca de muy cerca todas las calumnias, de que soy hoy por hoy el
objetivo, y luego y sobre todo porque Ginebra, [fue] muy hábilmente elegida por los
marxianos como lugar de reunión del próximo Congreso.
Antes hubo dos partes en la Internacional de Ginebra: los obreros de la construcción,
casi totalmente compuestos de extranjeros, sobre todo de franceses y saboyanos, y lo que se
llama la Fabrique. Esta, exclusivamente integrada por obreros ciudadanos ginebrinos, incluye 12
todos los distintos oficios de la industria relojera. Los obreros de la construcción son mucho
más numerosos, pero también mucho más pobres, que los de la relojería; puesto que sólo
cobran de 2 a 3 francos y muy pocas veces hasta 4 francos al día, trabajando a lo sumo nueve
meses en el año. Son los verdaderos proletarios, y, por lo menos por instinto, tanto como por
posición, revolucionarios socialistas de verdad. En los buenos tiempos de la Internacional, de
que fueron primero los únicos fundadores, y hasta fines de 1869, votaban constantemente en
todas las asambleas generales de la Asociación las resoluciones más ampliamente socialistas e
internacionales, al contrario de los jefes de la Fabrique, cuya dominación casi absoluta sufren
desgraciadamente hoy por hoy.
La Fabrique, dije, está compuesta exclusivamente de ginebrinos de pura cepa. Como
ciudadanos gozan de todos los derechos políticos y se ufanan de ello, lo que basta para
convertirles en instrumentos (es verdad muy ruidosos y bastante presumidos, pero cuanto
más ciegos) del partido de los burgueses radicales de Ginebra. Los jefes de la Fabrique, no
piden otra cosa que jugar un rol y ocupar posiciones políticas, y esa vanidad de obreros
burgueses es muy hábilmente explotada por los jefes del partido radical. Como obreros
burgueses, profesan naturalmente el socialismo burgués y son grandes enemigos del
socialismo popular, igualitario, anárquico o francamente revolucionario. Eso se explica por
otra parte por el hecho que muchos entre esos obreros, cobrando de 7 francos a 15 francos al
día en una industria del todo de lujo, tendrían poco que ganar en el cataclismo social.
Las tendencias revolucionarias de la Fabrique de Ginebra se manifestaron claramente
en agosto y septiembre de 1869, con motivo de la elección de los delegados por el Congreso
de Basilea y de la discusión sobre su programa. Pellicer Farga, que fue el testigo ocular y
auricular de la lucha, que tuvimos que sostener en esa ocasión, podrá contárselo en detalle.
Las secciones de la Fabrique tuvieron el desparpajo de significar un ultimátum muy
imperativo a los operarios de la construcción, amenazándoles con una separación si no
consintieran eliminar del programa del Congreso [las] dos cuestiones principales: la de la
propiedad colectiva y la de la abolición del derecho de herencia. Que los obreros-ciudadanos
de Ginebra hubieran querido una y otra, nada más natural. Primero estas chocaban sus
instintos de socialistas burgueses, y luego el mantenerlas en su programa y su solución en el
sentido revolucionario habría imposibilitado su alianza con burgueses radicales. Pero fue por
lo menos insolente de parte de ellos pretender dictar la ley a la mayoría. Es lo que [hicimos]
sentir a los obreros de la construcción, diciéndoles, que la paz y la unión eran sin duda alguna
excelentes cosas, pero únicamente cuando se fundaban en la libertad y el respeto mutuo de
todos y no en la subordinación de unos a otros, ¡estuvieran los primeros en mayoría, o hasta
en minoría! Llevamos la victoria, pero es desde esa época que data el odio implacable de los
jefes de la Fabrique contra mis amigos y sobre todo contra mí.
Esos jefes siempre persiguieron dos objetivos, a los cuales nos opusimos
constantemente y que nunca dejé de combatir mientras estuve en Ginebra, o sea
exclusivamente hasta el Congreso de Basilea. El primero de esos objetivos fue, establecer de
derecho y de hecho en todas las secciones de la Internacional de Ginebra el poder
gubernamental discrecional y en cierto modo oculto de los comités, con su inevitable secuela,
la decadencia y la sumisión real del pueblo de la Internacional. El cálculo de ellos, desde el
punto de vista de su ambición era perfectamente justo. Siempre fueron derrotados en las
asambleas generales, donde, por sostener los verdaderos principios de la Internacional y por
estar sostenidos por el instinto revolucionario de las masas, llevábamos la ventaja sobre ellos.
Por eso detestaban francamente las asambleas populares y les preferían las asambleas casi
ocultas de los comités. Es mucho más cómodo ganarse a algunas decenas de miembros que
forman parte de esos comités, tomando a los unos por la ambición, los otros por la vanidad,
los terceros al fin por la codicia, que imponer al pueblo reunido ideas mezquinas y estrechas.
A fuerza de perseverancia, y gracias a la negligencia, no exenta de fatuidad, y a la ausencia de 13
algunos de nuestros aliados allí, hoy caídos en una inacción completa, los jefes de la
Fabrique, tras mi salida de Ginebra alcanzaron su meta. Hoy por hoy la acción de la
Internacional de Ginebra se ha concentrado en los comités; y el resultado de esa victoria no
se hizo esperar: la desmoralización y la desorganización de las secciones, ya un instrumento
entre las manos de los burgueses radicales.
El segundo objetivo que persiguieron los jefes de la Fabrique, siendo que la realización
del primero debía servir como medio, fue precisamente esta solidaridad completa de la
Internacional a la política nacional de los burgueses radicales de Ginebra. Es lo que se llama
en Ginebra, en la Suiza alemana, en Alemania, la participación legítima y necesaria del
proletariado en las cuestiones y luchas políticas de los burgueses. Los marxianos nos
reprochan de querer prescindir de las luchas políticas, presentándonos con falacia como una
suerte de socialistas arcadios
8
, platónicos, pacíficos y para nada revolucionarios. Al decir eso
de nosotros, están mintiendo a sabiendas, porque saben mejor que nadie que nosotros
también recomendamos al proletariado que se preocupe por la cuestión política. Pero la
política que predicamos, absolutamente popular e internacional, no nacional y burguesa, tiene
como meta no la fundación o la transformación de los Estados, sino su destrucción. Nosotros
decimos, y cuanto vemos hoy en Alemania y en Suiza nos confirma que la política de ellos
propensa a la transformación de los Estados en el sentido supuestamente popular, sólo puede
desembocar en una nueva supeditación del proletariado a favor de los burgueses. ¿A quién
vemos en efecto en Ginebra? Al señor Grosselin, el corifeo, el gran orador y el principal jefe
de la Fabrique, quien tiene hoy por hoy su escaño de diputado en el Gran Consejo
pronunciando allí hermosos discursos acuñados con un socialismo burgués muy tímido,
mientras que el poder real permanece concentrado exclusivamente entre las manos de los
burgueses, cuanto más poderosos que la misma Internacional se ha convertido hoy en su
juguete.
Por lo tanto existe ahora, pero únicamente con esta condición, la más íntima alianza
entre el gobierno radical y la Internacional de ninguna manera socialista, sino en cambio muy
política de Ginebra. Y Marx fue muy bien inspirado, al elegir precisamente Ginebra para el
próximo Congreso. Eso añadirá primero a la mayoría marxiana el número respetable de 32
delegados ginebrinos y para sostener la pandilla habrá la alta protección gubernamental y los
puñetazos de la población ginebrina amotinada en contra nuestra.
Ya se puede predecir que el Congreso acabará en un horrible escándalo. Pues bien, a
pesar de todo, iremos allí a defender los principios del socialismo revolucionario, y tenemos
la firme esperanza, que se presentará con nosotros una minoría imponente, compuesta de
españoles, italiano, franceses y belgas, y que dicha minoría salvará y la libertad y la misma
existencia de la Internacional.
[Petición concreta de la carta de Bakunin]
Puesto que en el fondo tengo que preguntarle a usted algo muy sencillo, le dirigí esta
carta tan larga, ciudadano, porque me pareció útil y justo que tras haber oído todas las
mentiras, que nuestros enemigos llevaban por todas partes contra nosotros, usted y sus
amigos escucharan al fin, de nuestra propia boca, la exposición verídica de nuestros
sentimientos, nuestras opiniones e intenciones.
Ahora le corresponde juzgar a usted. En cuanto a la solicitud que creo tener el pleno
derecho de dirigirle es muy sencilla y sin duda usted ya la habrá adivinado.

8
Arcadio, oriundo de Arcadia: En este lugar imaginado reina la felicidad, la sencillez y la paz en un
ambiente idílico […] posee casi las mismas connotaciones que el concepto de Utopía o el de la Edad
de oro. Wikipedia.14
Le he dicho que ignoro todavía el contenido de las calumnias que usted oyó proferir por
el señor Utin contra mí; pero supongo, que habrían podido ser muy graves, puesto que
pudieron incitarle a expresarse sobre mi persona de modo dubitativo, es verdad, pero que no
deja de ser muy injurioso para mí. Usted comprenderá [que] no puedo quedar tranquilo con el
dilema que me plantea dándome por compañero al señor Utin y dado que usted pensó deber
presentarme este dilema, es igualmente su deber darme el medio de salirme del mismo. Para
eso sólo hay un único medio, y es que me repita cuanto antes cuanto le dijo el señor Utin u
otros contra mí, y no sólo contra mí, porque si soy el principal acusado, tengo la certeza que
no soy el único, habiendo buena parte de mis amigos Adhémar Schwitzguébel y sobre todo
James Guillaume.
No necesito decirle a usted que al repetirlo todo, y absolutamente todo cuanto hubiera
oído decir contra nosotros, usted cumplirá con un único [sencillo] deber y no cometerá un
acto de indiscreción e indelicadeza. Ningún hombre, que acusa a otro de acciones infames, a
no ser que sea un cobarde, osará pedir el secreto, excepto si pretende hacer de quien le
escucha su cómplice. Por otra parte, usted ha de desear al igual que yo mismo, como nosotros
todos, que se haga la plena luz, que los chismes horribles, que la baja calumnia no puedan ya
renacer nunca más. Y para esto sólo existe un medio, es decir toda la verdad, repetir fríamente
cuanto se oyó, cuanto se sabe.
Por tanto en nombre de mi derecho incontestable, en nombre de su propia honra, por el
interés mismo de la Internacional le pido que tenga a bien responderme, con la mayor
precisión y fidelidad de detalles a las cuestiones siguientes:
1) ¿Qué son los hechos que Utin, H. Perret, Marx o algún otro individuo de la misma
compañía formularon tanto contra [mí como contra] mis amigos Guillaume y Schwitzguébel,
y qué pruebas le aportaron en apoyo a sus acusaciones contra nosotros?
2) ¿Ante quiénes y en qué circunstancias esas acusaciones se hicieron contra nosotros?
¿En conversaciones privadas o en plena conferencia?
3) ¿La Conferencia de Londres trató de éstas oficialmente? ¿Y de ser así, qué son las
resoluciones que acordó en relación con nosotros?
Deseo avisarle, ciudadano, que unas copias de esta carta, que recibirá de las manos de
nuestros amigos de Barcelona, serán remitidas por nosotros a varios íntimos amigos de
diferentes países, y que haré lo mismo con la respuesta que espero recibir pronto de usted, sea
la que sea. No necesito añadir que a falta de simpatía, cuento con su lealtad y su justicia
9
.
Documento adicional
Lorenzo se había retirado en julio en casa de su amigo Manuel Cano, en Vitoria, y sólo
recibió la carta [de Bakunin] el 15 de agosto; la contestó el 21 de agosto. Su respuesta, que
se conservó entre los papeles de Bakunin, es evasiva; acababa de dejar su puesto en el
Consejo Federal español […], para no encontrarse complicado más tiempo en las luchas
intestinas que amenazaban con destruir la International en España: no trató de intervenir en
la querella entre Marx y Bakunin aceptando el papel que este le pedía que asumiera.
Respondió:
“Compañero Bakounine,... No puedo precisar ninguna de las acusaciones dirigidas
contra usted por Utin.... Lo que oí sobre usted se dijo en las sesiones oficiales de la
Conferencia, y se halla en los documentos que podrán ser reclamados en el próximo
Congreso de La Haya: se verá allí lo que usted desea conocer, sin que yo tenga que acusar a
nadie a propósito de lo que -con tuerto o con razón, no lo sé- pudo decirse contra usted u
otros; evitaré así el desempeñar el papel de delator... Me abstengo de discutir de la cuestión

9
James Guillaume en L’Internationale o. c., pp. 291-292, presenta otro principio y otro final de la
carta a Anselmo Lorenzo, pero de hecho se trata de un esbozo de carta del 24 de abril.15
de principios. Le agradezco la exposición que me hizo de lo que profesa, porque usted
contribuye de ese modo a ilustrarme; y le declaro a mi turno que mis principios, o, por
decirlo mejor, mi convicción y mi conducta como internacional consiste en reconocer la
necesidad de agrupar, y a intentar agrupar, a todos los trabajadores en una organización
que, siendo una fuerza social para luchar contra la sociedad actual, sea una fuerza
intelectual que estudia, analiza y afirma por sí misma, sin necesidad de mentores de ningún
tipo, y sobre todo de quienes poseen una ciencia adquirida por los privilegios de que gozan o
gozaron, sea lo que fuere su pretensión de colocarse como abogados del proletariado.»
[Carta reproducida en] Nettlau [Michael Bakunin, eine Biographie, Londres, 1896-
1900], p. 590.
A propósito de esta respuesta, de la que remití también una copia a Anselmo Lorenzo a
petición suya (se había olvidado del contenido), él me escribió, el 30 de enero de 1906: «
Vuelvo a encontrar en esta respuesta mis frases habituales, lo que podría llamarse mi estilo.
Esta lectura me dio pena, porque, bajo la impresión de las circunstancias espéciales en las
que me hallaba, había escrito con cierta dureza, muy alejada de la admiración y del respeto
que me inspiró siempre Bakounine. Dimisionario del Consejo Federal de Valencia, víctima de
las enemistades y de los odios que habían entrañado las disidencias, yo que siempre rehuí de
las luchas personales, y encontrándome en aquel entonces, por dichas causas, aislado y
triste, escribí con este tono, que hoy en día reconozco injusto. »
(Guillaume James L’Internationale (Documents et souvenirs), París, 1985, -
reproducción de la edición en cuatro tomos, entre 1905 et 1910-, tome II, quatrième partie,
chapitre IV, p. 293.

La última carta que Julio Cortázar escribió a Alejandra Pizarnik


París, 20 de enero de 1972

Bichito:

...........HE TOMADO BUENA NOTA
...........NOTA BUENA TOMADO HE
...........HE BUENA TOMADO NOTA
...........HE NOTA BUENA TOMADO
................................................o sea que los famas de la Gluglú-enheim pueden escribirme y entonces yo tomo la pluma en la mano para decirles lo que pienso de vos
...........QUE ES MUCHO
...........como saben todos los que me conocen.

...........Por el momento no se han manifestado, pero ya tengo la costumbre de recibir sus ominosos sobres, de manera que no te preocupés, yo les voy a decir despacito y con buena letra lo que tengo que decirles sobre Halejandra.

...........¿Vos sabías que un tal Licofrón, detto "el Oscuro", escribió un poema en la época de la decadencia griega, y que el poema se llama LA ALEJANDRA?

...........¿Y que en realidad Alejandra es Casandra?

...........Decí ¿lo sabías?

...........Qué vas a saber, ignoranta. Pero es así, y Mallarmé es más simple que Mario Binetti al lado de ese monumento de oscuridad.

...........O sea que las Alejandras nos jabonaban el piso desde hace rato. En fin.

...........NOTA A LA LECTORA: ÉSTA NO ES UNA CARTA. Pero sí una respuesta para que el bichito porteño sepa que Julio no duerme, que espera las guggenhejeremiadas, y que ahí te quiero ver.

...........Un día iré a Buenos Aires (no puedo decir en un avión de alas negras porque me vas a tomar por Perón) y entonces, mejor que toda carta, que toda palabra, será mirarse y una vez más saber tantas cosas. Te quiero mucho,

........................................................................................Julio

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cartas francesas Jorge Luis Borges


-Mi Prosa
-Un argumento
-Alguien sueña
Cartas Francesas
En octubre, la casa de subastas de Drouot-Montaigne, en París, puso a la venta veintitrés cartas inéditas, manuscritas en francés, que Jorge Luis Borges envió a su amigo Maurice Abramowicz desde Palma de Mallorca, Sevilla y Barcelona. En ellas, Borges sigue haciendo literatura. No cuenta lo que ha vivido sino lo que ha leído, lo que se imagina que un joven poeta de su edad debe haber hecho. Se jacta de haberse emborrachado, de haber frecuentado burdeles, y juzga por encima del hombro a varias celebridades literarias, entre ellas a Mallarmé. Pero aun en esos momentos de efusividad epistolar, se advierte que Borges no es meramente un muchacho con inclinaciones literarias. Hay en lo que escribe una gracia que no es sólo la de un joven, sino la de ese futuro gran escritor que habría de ofrecer una nueva visión del mundo a sus lectores.
Palma de Mallorca, 12 de junio de 1919
...Palma, donde estamos, es una ciudad muy hermosa, amable, pero también monótona y calma. Tiene un aspecto vagamente morisco El aire es ardiente, el clima de un calor agotador y el cielo de un azul que invita a lavar ropa blanca, termina por producir la impresión de hallarse en África, de la que, por otra parte, no estamos lejos...

20 de agosto de 1920, Valldemosa
¡Muy querido! Yo también pasé por una etapa de neurastenia bastante pronunciada... Aquí el clima enervante y el medio idiota y gritón me enferman...
...la criada del doctor tiene la idea fija de casar a su amiga. Primero (porque yo le hacía cumplidos adrianescos a la ingenua y la besaba cuando podía) me eligió como víctima... La pequeña me habló de su deseo de ir a Buenos Aires y del disgusto que le causaba saber que yo no era creyente. Me propuso abjurar de mis blasfemias sobre la Virgen, ir a misa con ella, confesarme y comulgar juntos. ¡Encantadora! Ahora, ante mi resistencia estoica, se ha encontrado otro candidato...

Sevilla, 1 de diciembre de 1919
...Una gran calma. El sol me parece fatigado. El aire azul está lleno de campanas... Yo, últimamente, he trabajado regularmente como una máquina, sin gran entusiasmo, es verdad, pero siempre garabateando mis tres o cuatro páginas diarias. Lo más difícil es el primer impulso. Después todo se corrige solo; se suprimen las palabras que riman, las que se repiten y los galicismos, tan frecuentes en mi prosa española como lo son los hispánicos en mi francés

Sevilla, 12 de enero de 1920
...Hice aquí algunos amigos muy amables, poetas ultraístas, fervientes adoradores de Baudelaire, Mallarmé, Pérez de Ayala, Apollinaire, Darío... y con ellos he noctambuleado bastante, discutido, emitido juicios arbitrarios bajo los reverberos cuyas llamas de oro me hacen pensar (ultraístamente) en budas fervientes que invocan a la noche frondescente, hemos vaciado vasos, inspeccionado bailes de prostitutas, comido churros, jugado y hasta ganado a la ruleta soy de tu parecer en lo que concierne al bolchevismo. Es un sucio conjunto de canallas arribistas que llegará y hará de la vida algo monótono e inmoral.

No fechada
...En cuanto al resto, mi vida es siempre la misma o más o menos y ningún soplo de huracán agradable o desagradable ha venido a agitarla. Aquí, en el hotel, me hice de algunos conocidos, en particular un joven más bien anticuado, del tipo 1830, romántico trasnochado antimaximalista, con vagas aspiraciones hacia lo Bello y lo Bueno (con mayúsculas), cree en la inmortalidad del alma. Escribe poesías al estilo de Henri Heine y detesta a los ultraístas que hacen metáforas enormes y barrocas y cantan los temas caros a Marinetti. Muy germanófilo, como todos los españoles (no a causa de Alemania que conoce muy poco sino más bien por desprecio de los franceses, a los que considera como pequeños hermafroditas, enclenques y charlatanes)... Estoy en un periodo Nirvana y de trabajo calmo y regular. A veces pienso que es idiota tener esta ambición de ser un hacedor más o menos mediocre de frases. Pero ése es mi destino. En el fondo, estoy seguro de que ninguno de nosotros dos, amigo, tenemos las preciosas cualidades requeridas para ser ya sea monos que gesticulan sobre el socialismo, ya sea Zaratustras de salas de juego y de casas de cita, como dice el único Baroja.

No fechada
...primero, te confesaré que la constante mención de Mallarmé me desconcierta. Mallarmé me ha parecido siempre un hombre disfrazado de una teoría tan poco maravillosa como las teorías que cualquiera inventa en un cenáculo. Pero, en fin, sólo conozco su obra superficialmente. De todos modos estoy convencido de que Rivière se engaña cuando afirma que el dadaísmo constituye la realización integral de la personalidad. En teoría puede ser. En la práctica, los dadaístas trampean todo el tiempo, clasifican pequeñas observaciones sexuales adecuadas para escandalizar a los filisteos, buscan los juegos de palabras; las asociaciones grotescas, las bromas. Por otra parte, ¿te imaginas un dadaísta sin público?...

No fechada
Acabo de hojear Clérambault, de Romain Rolland: apuesto que ese viejo burgués hablará de su papel puro durante la guerra y de la fraternidad, comprensión, etcétera, hasta el día de su muerte. Apollinaire ha cometido poemas chauvinistas, como Una estrella de sangre me corona para siempre, pero eso vale más quizá que la indecencia espiritual de un hombre como Rolland. La descendencia de Whitman me harta. ¡Janker funesto! Los alemanes y los franceses se odian porque en el fondo son la misma cosa: arribistas de la cultura. Han producido hombres de genio, está bien, pero nunca hay que juzgar a las razas por sus excepciones. Y el pueblo es tan bárbaro en Francia como en Suiza, como en Alemania y como en Inglaterra. Mira a las mujeres del pueblo de Ginebra. Es horrible, ¿no? Y bien, aquí, en España, en Italia, en Grecia, el pueblo está bien: las mujeres saben caminar, sonreír, mirar, bajar los ojos Y eso es un arte Mientras que en la época en que nosotros (nosotros, étnicamente) escribíamos los salmos, Europa no era nada. Si no eres un griego o un español, la única manera de tener un poco de cultura en los huesos, es ser judío como tú. O italiano, o moro La pluma que se fatiga. Los lugares comunes que faltan. El alcohol que se disipa. ¡La noche y las mujeres! ¡Y los balcones escondidos! ¡Y la jovencita (ñ años!) que esta mañana me hizo el insigne regalo de su sonrisa!

No fechada
Querido hermano: desde la ciudad rectangular e inmunda, lanzo hacia ti mi corazón como una red. Pasado mañana parto. He dejado Palma con una vasta pena. Alomar, Sureda y yo, escribimos el manifiesto que sabes y que provocó un asombro y un escándalo espléndidos Después, en la ruleta tuve una suerte inaudita ­para mí­ ( pesetas con un capital de una peseta!) y que me permitió triunfar tres noches seguidas en el burdel. Una rubia suntuosamente chancha y una morena que llamábamos La Princesa y sobre cuya humanidad me embriagué como un avión o un caballo (¡una catalana, perdóname!). Ahora la gloria se ha apagado. Me siento "como un huérfano pobre sin su hermana mayor". Verdaderamente he amado a esa Luz que me trataba como a un chico y cuyos gestos eran de una indecencia ingenua. Se parecía a una catedral y a una perra. Escríbeme a Posta restante en Buenos Aires. Comparto tu aversión por Helena. Me envió una carta estilo Jean-Christophe. No es ni natural ­como Luz­ ni sabiamente artificial como cierta joven de buena familia que cortejé en Palma y cuyos silencios eran una obra de arte...
Traducción de Hugo Becacecce
17-11-96.La Jornada, México.
===
Jorge Luis Borges
-Mi prosa
El 14 de junio se cumplieron diez años de la muerte de Jorge Luis Borges. Ningún otro autor del idioma cuenta con mayor influencia cultural. En este momento, alguien lo sueña en Finlandia y alguien lo cita en japonés. Sobre él se han escrito varias bibliotecas, cada una de proporciones borgeanas. Maurice Blanchot vio en su obra ``la infinita multiplicidad de lo imaginario''. En el laberinto de los efectos y las causas que llevan a Jorge Luis Borges, hemos encontrado su propia voz. En 1973 dio dos conferencias, una dedicada a su poesía y otra a su prosa. Ofrecemos una refutación del tiempo: Borges tiene la palabra.
El estilista admirable y novelista ilegible Walter Pater dijo o escribió que todas las artes aspiran a la condición de la música. No dio sus razones, o mi memoria las ha olvidado en este momento. Yo creo que una razón de esta afirmación podría ser que en la música el fondo y la forma se confunden. Buscaré un ejemplo muy sencillo, la más pobre de las melodías: la milonga (soy argentino). Si yo recuerdo una milonga y me preguntan cómo es, sólo puedo silbarla, ni siquiera estoy seguro de que pueda silbarla bien, digamos tararearla; el fondo y la forma son lo mismo. En cambio nos creemos que en prosa, por ejemplo, hay un fondo y hay una forma y pensamos que en la filosofía ocurre lo mismo. Yo he llegado a sospechar que esto puede ser un error. Desde luego podemos contar el argumento del Quijote, podemos creer que podemos contarlo, pero el argumento del Quijote, contado, es quizás el argumento más pobre, y el libro es quizás el libro más rico de la literatura, es decir, nos equivocamos al pensar que un argumento puede referirse. Stevenson dijo que "un personaje de ficción es una hilera de palabras" pero algo en nosotros se rebela contra esa afirmación. Es verdad que (sigamos con el mismo ejemplo) Alonso Quijano soñó ser Don Quijote y llegó, a veces, a serlo. Es verdad que Alonso Quijano parece ser la "hilera de palabras" que para siempre escribió Cervantes, pero todos sabemos, o mejor dicho, lo sentimos, que es la mejor forma de saber, que Don Quijote no consta únicamente de las palabras escritas por Cervantes. Una prueba de esto la tendríamos en La vida de Don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno. Cervantes no nos dice qué soñó Don Quijote entre una y otra aventura, quizá lo dijo una vez cuando habló de la cueva de Montesinos, pero, en general, no lo dice, y sin embargo sabemos que Don Quijote entre una y otra aventura durmió, y sin duda soñó. Quizá soñó con Don Quijote, quizá soñó con la época en que era Alonso Quijano, quizá soñó con Dulcinea que empezó siendo un sueño, y no Aldonza Lorenzo, pero, en fin, nosotros sabemos que no sólo en el Quijote sino en toda novela digna de ese nombre los personajes existen no sólo cuando están en escena, sino que viven durante su ausencia, por ejemplo en la tragedia de Macbeth (busco un ejemplo ilustre): si aceptamos que la obra está dividida en cinco actos, y esas divisiones son posteriores, debemos suponer que, entre esos actos, los personajes siguen viviendo. Si no suponemos eso, el libro no existe, los personajes son "hileras de palabras''.
Desde luego, hay personajes que viven unas pocas líneas, pero viven para siempre. Y aquí otra vez vuelvo a ser argentino, aunque lo soy siempre, y recuerdo aquella estrofa de Hernández: ``Había un gringuito cautivo / que siempre hablaba de un barco / y lo ahogaron en un charco / por causante de la peste. / Tenía los ojos celestes / como potrillito zarco." Pues bien, ese personaje, ese niño que ha atravesado el mar para morir en la pampa ahogado en un charco, tiene una vida de exactamente seis versos de ocho sílabas cada uno, pero quizá esa vida sea una vida más plena que la vida (seamos irreverentes, ¿por qué no?, ya que estamos entre amigos) de los dos personajes de Joyce: la de Bloom y la de Dédalus. Sobre Bloom y sobre Dédalus sabemos un número casi infinito, o suficientemente infinito o, bueno, fatigadoramente infinito de circunstancias, pero no sé si realmente los conocemos. Joyce contesta a una serie de preguntas, pero no sé si nos da un personaje; y aquí vuelvo a uno de mis hábitos, que es la literatura escandinava medieval. Recuerdo un personaje de la saga de Grettir. Ese personaje tenía una chacra en lo alto de un cerro, en Islandia. Yo puedo imaginármelo bien, he estado en Islandia, conozco esa luz de atardecer que dura desde el alba hasta la noche con el sol siempre bajo, siempre nublado, y que produce una grata melancolía. Ese hombre vive en su granja en lo alto de un cerro y sabe que tiene un enemigo. El enemigo (todo esto ocurre en el siglo XII) va a caballo hasta la casa, descabalga y llama, y entonces el héroe de este capítulo, que se llama "De la muerte de Gúnar", creo, no estoy seguro del nombre (bueno, puede llamarse Gúnar por algunos pocos minutos, los que tardará la referencia), dice: "No, ese golpe es muy débil: no voy a abrir"; luego el otro golpea con más fuerza en la puerta, y entonces Gúnar dice: "Este golpe es fuerte: voy a abrir." Sale y está lloviendo; una lluvia fina, como la que está cayendo en este momento, cae en la página de aquel capítulo de aquella saga, y entonces abre la puerta y mira, pero al mismo tiempo no se asoma mucho, quiere resguardarse de la lluvia. Como nosotros sabemos que va a morir, el hecho de que él quiera guarecerse de la lluvia hace que ese acto común, de medio asomarse a la puerta, sea un acto patético. El otro, que se ha escondido a la vuelta de la casa (es una casa estrecha, una pequeña granja, como las que yo he visto en Islandia), sale corriendo y lo mata de una puñalada. El héroe cae muerto y al morir dice estas palabras que me parecen admirables, que me estremecieron cuando las leí: ``Ahora se usan estas hojas tan anchas.'' Es decir, el hombre está muriendo y ni siquiera dice algo referente a su muerte. En estas palabras, "ahora se usan estas hojas tan anchas", supongamos que sean siete en islandés, aunque no estoy seguro que sean siete como en español, en esas palabras está dado el hombre entero, porque vemos su valentía, vemos el interés que le inspiraban las armas, tiene que haber sido un guerrero por el hecho de que le interesa más ese pormenor del arma que su propia muerte. Es decir, el personaje está creado para siempre en esa línea.
Y lo mismo diríamos de Yorick. Yorick es un poco más longevo porque tiene unas siete u ocho líneas de vida, o mejor dicho, su calavera tiene siete u ocho líneas de vida, pero nos está dado para siempre. En cambio, cuando Hamlet muere (vuelvo a ser irreverente), Shakespeare, que fue muchos hombres y entre ellos un empresario de teatro, un hombre de Hollywood que buscaba buenos efectos, le hace decir: ``Lo demás es silencio.'' Es una de las frases más huecas de la literatura, me parece, por que no está dicha por Hamlet, está dicha por un actor que quiere impresionar al público. Y ahora tomemos otra muerte, volvamos a nuestro amigo Alonso Quijano. Alonso Quijano, que soñó ser Don Quijote y luego al morir comprendió (no como moraleja: esto hace más patética la fábula) que no era don Quijote, sino Alonso Quijano el Bueno. Entre plegarias y quejumbres de quienes le rodeaban, "dio su espíritu, quiero decir que se murió". (Cito de memoria, es decir, cito mal. Conozco tan bien el libro que no he buscado referencias en él.) Esta frase, 'quiero decir que se murió', puede haber sido escrita deliberadamente, no lo creo, y además no importa. Puede haber sido escrita para recordar otra alta agonía, la de aquel judío crucificado, la de Jesucristo, que ``dio su espíritu'' también. Pero no creo que Cervantes haya pensado en Jesús, en aquel momento. Creo que esa frase, que al principio podría parecer una torpeza, que para un académico (y soy académico también) puede parecer una torpeza: ``¿Cómo? ¿Fulano dio su espíritu, quiero decir que se murió? ¿Qué es esa explicación en el momento más alto de la obra?'', yo creo, es verdad, en esa explicación, si es que los hechos estéticos tienen explicación, ya que de suyo son milagrosos. Pensemos en Cervantes. Cervantes había soñado a Don Quijote, mejor dicho: Alonso Quijano soñó ser Don Quijote; Cervantes fue, de algún modo, Alonso Quijano y Don Quijote. Fueron amigos, ya que un personaje escrito se nutre de su autor, porque si no, es nada, es la mera "serie de palabras" de Stevenson (que no sé por qué escribió eso). Entonces, Cervantes tiene que despedirse de él, de ese amigo suyo, y no menos amigo nuestro: Alonso Quijano, que reconoce su fracaso, que reconoce no ser el Don Quijote del siglo de Lanzarote que él hubiera querido ser. En ese momento Cervantes está conmovido y por eso da con esa frase de una tan eficaz torpeza: ``el cual dio su espíritu, quiero decir que se murió''.
Todo esto nos llevaría a una conclusión acaso aventurada, pero no hay razón alguna para que no seamos aventurados: lo importante es la entonación. En esa frase, ``dio su espíritu, quiero decir que se murió'', en la torpeza de esa frase, en esa traducción, en esa variación que puede parecer inútil, está la emoción de Cervantes y nuestra emoción ante la muerte del héroe. Es natural que el autor esté turbado, es natural que no dé con una frase brillante, porque las frases brillantes corresponden a la retórica y no a la emoción.
Creo que este pasaje es uno de los más admirables de la literatura, y quizá sea uno de los más admirables porque no fue hecho deliberadamente. No creo que Cervantes pensara en la ventaja de una frase ligeramente torpe para corresponder a la emoción que lo trataba. Dio con esa frase porque estaba emocionado. Con esto vuelvo a lo que dije antes: lo importante en verso y en prosa es dar con la entonación justa, es decir, no hay que alzar demasiado la voz ni bajarla demasiado. Por ejemplo: ``¿Cuándo te veo?, dicen el Mosel, el Rhin, el Tajo y el Danubio llorando su desventura'' en aquel espléndido soneto al Duque de Osuna. Sentimos que hay algo falso, ya que a los ríos poco puede importarles su muerte, es un efecto, nada más que literario, aunque no sólo en el mejor sino en el peor sentido de la palabra.
Y ahora, al fin, dirán ustedes, llego al tema de mi conferencia. Creo haberles preparado con estas cavilaciones previas. El tema es Mi prosa. Esa palabra, la ``prosa'', puede entenderse de dos modos. Podemos pensar en la técnica de la prosa y entonces vendrían aquellas diferencias entre el fondo y la forma, aunque si creemos que un libro puede ser referido nos equivocamos. Tomemos un ejemplo literario en el cual el argumento es importante, ``La carta robada'', de Poe. Alguien tiene que esconder una carta y la esconde dejándola al desgaire en un escritorio, en un lugar muy evidente, y es ahí donde la policía, con sus microscopios, lupas y medidas de las pulgadas cúbicas, no la encuentra. Luego Dupont entra allí, ve una carta desgarrada encima de la mesa y sabe que ésa es la carta que ha buscado la policía, engañada por la superstición de que si uno quiere esconder una cosa, donde debe ocultarla es en una rendija, en un escondrijo, en un resquicio. Pues bien, tenemos una idea bastante evidente, la idea de esconder algo mostrándolo de un modo demasiado visible. Es la idea que usó Wells también en El hombre invisible. Yo he contado a la ligera el argumento de Poe que me leyó mi madre, hará unos diez días, y estoy seguro de que ese relato mío no equivale al texto, porque en el texto hay otras cosas, por ejemplo, hay una discusión sobre el ajedrez, sobre la virtud del juego de las damas frente al juego del ajedrez, sobre la amistad de Dupont y el narrador, hay un personaje cómico, el prefecto de policía. Hay la sorpresa de que Dupont encontrará la carta cuando creímos que ni siquiera había emprendido la empresa de buscarla. No sé hasta dónde un libro, un cuento, puede referirse, siempre pierde algo, salvo en el caso de textos muy breves; es decir, el libro aspira a la condición de la música, porque en la música la forma es el fondo y el fondo es la forma. Desde luego, yo puedo contar el argumento de un libro, y no puedo contar el argumento de una melodía muy sencilla, es decir, puedo simplemente repetirla, pero hay algo más en el libro de lo que puede ser referido, hay algo más en un libro que su índice, que su resumen: hay el libro mismo. Esto nos lleva al misterio central de la literatura: ¿qué es la literatura? Ante todo, ¡qué extraña es esa idea del hombre de querer crear otro mundo! Ya Platón se asombraba de esto, un mundo de palabras, además del mundo de percepciones y meditaciones, de perplejidades, de angustias, de dudas. Eso ya es raro, pero además, las palabras no sólo son su sentido. Los diccionarios nos engañan, los diccionarios nos hacen creer que un símbolo es traducible en otro, y no es exactamente traducible. Por ejemplo, si yo digo en español: 'estaba sentadita', en la palabra "sentadita" hay no sólo la idea de una criatura sentada sino una simpatía por ella, un compenetrarse con ella, un sentir la soledad. O "estaba solita": esto no puede decirse en otros idiomas, quizás en inglés podríamos decir: "she was all by herself'', eso puede acercarse al diminutivo "solita", pero no del todo. Tenemos además otras cosas: podemos decir 'Thor era para los escandinavos el Dios del Trueno'', ya que la palabra Thor significa trueno y significa Dios, o para los sajones Thunor, que tiene ambos sentidos. Pero esta idea del Dios del Trueno es demasiado compleja para los germanos. Sin duda, para ellos Thor o Thunor eran ambas cosas, era el estruendo y era la divinidad, no eran el Dios del estruendo, eran las dos cosas, es decir, las palabras tenían un sentido mágico. Después fuimos haciéndonos más razonables, pero uno de los deberes del poeta, una de las ambiciones del poeta, es restituir la palabra a la magia primordial, hacer que la palabra sea un mito.
Y ahora que creo haber abundado con exceso en reflexiones generales, hablaré con toda humildad de mi comercio con la prosa. Empezaré por una confesión personal. En cada época hay un género literario que se supone superior a los otros. Por ejemplo, en el siglo XVIII todo escritor tenía que escribir una tragedia en cinco actos, eso era obligatorio. Cuando Anatole France empezó a escribir, publicó un libro, creo titulado algo así como Poeme Doré; se entendía que había que empezar por un libro de versos. Luego, felizmente para él y para nosotros, se dio cuenta de su error y nos dejó libros de otro tipo. Ahora parece que la novela es el género. Yo soy un escritor que ha logrado algún renombre, demasiado renombre, un inmerecido renombre por sus libros y, sin embargo, no he escrito ninguna novela y no pienso escribirla. La gente siempre me pregunta: "¿Cuándo va a escribir usted una novela?" Yo les digo que nunca, y les explico la razón, que es muy sencilla, y es que la novela, fuera de algunos ilustres ejemplos (no voy a enumerarlos) no me interesa profundamente, y en cambio el cuento y la poesía me han interesado siempre, desde que yo era niño.
Me dirán ustedes que yo he citado dos veces el Quijote, pero no sé hasta dónde el Quijote es una novela en el sentido actual de la palabra; es una sucesión de aventuras, más o menos parejas, que sirven para definir el carácter de los héroes; el orden puede invertirse. Podemos abrirla por cualquier página, sobre todo en la segunda parte, que me parece muy superior a la primera, y seguir leyendo. Ya conocemos a Don Quijote, ya conocemos a Sancho, ya conocemos a sus enemigos, lo demás no importa. Lo importante es el diálogo, que no siempre es un diálogo de palabras sino de silencios o de hechos y hasta de pequeñas hostilidades también, el diálogo de esos dos amigos, Don Quijote y Sancho; es decir, no sé hasta donde esta novela es una novela. Pero al hablar de la novela querría recordar a Joseph Conrad, para mí uno de los mayores novelistas, ahora injustamente olvidado. Se debe a que la fama de todo autor es un periodo, es una sucesión de claridades y de eclipses, de suerte que no importa que en este momento Conrad esté olvidado, y si es que está olvidado ya le llegará su turno. Pues bien, yo siempre fui lector de cuentos. Uno de los primeros libros que leí fue Las mil y una noches en la versión inglesa de Lang. Después he leído otras traducciones, que son más exactas, me dicen, digamos la de Burton, la de Rafael Cansinos Asséns, que quizá sea, literariamente, superior a las otras, pero he tenido siempre la impresión de que todas las versiones que he leído son traducciones de la de Lang, porque la de Lang, simplemente, fue la primera que leí, de modo que para mí la versión árabe (no conozco el árabe) tiene que ser una traducción más o menos buena de la traducción inglesa de Lang. Luego leí también los cuentos de Poe. Es curioso que ese escritor, que quiso ser escritor para pocos, que fue un hombre de genio extraordinario, sea ahora, sobre todo cuando uno empieza a leer, un autor para niños. Los niños leen los cuentos de Poe y sienten su horror. En cambio, un lector más maduro puede sentir que hay un exceso de pompa, de pompa fallida en su prosa, que las decoraciones, las bambalinas están un poco envejecidas. Ya "el negro cuervo sobre el blanco mármol'' no nos emociona, ya lo conocemos demasiado, ya sabemos que va a decirnos "never more": nunca más, y preferimos buscar nuevos poetas.
Pues bien, a lo largo de mi vida yo leía cuentos, y recuerdo en mi infancia el agradable horror de los primeros hombres en la luna. Cuando los hombres llegaron a la luna me sentí emocionado, lloré, pero me emocionaron más los dos personajes de Wells que habían llegado a la luna unos setenta y tantos años antes. Es verdad que no habían llegado, o mejor dicho: habían llegado del único modo verdadero, que es el de la imaginación, tan superior a los meros hechos, que son de suyo, como diría Lugones, efímeros. Pues bien, yo leía a Poe, leía The Jungle Book de Kipling. Eso no me gustaba tanto porque a mí me gustaban mucho los tigres, y el tigre de The Jungle Book no es precisamente el héroe de esa serie, sino la pantera Baghera; eso me molestaba un poco. Pero Kipling no tenía por qué adivinar mis preferencias, de suerte que yo leí las Mil y una noches, las nuevas Mil y una noches de Stevenson, que de algún modo se acerca al Hombre fantasma de Chesterton. También leí libros de un valor literario muy inferior, las novelas gauchescas de Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira, Los hermanos Barrientos, Hormiga negra; una biografía de mi abuelo que él escribió, Siluetas militares, que he releído muchas veces y que he plagiado muchas veces también en verso; El tigre de Malasia, de Emilio Salgari. Eso de que el plagio es la forma más sincera de la admiración, creo que es cierto. Bueno, toda mi vida leía cuentos y leía también, como es natural, novelas, pero fui derrotado, estoy resuelto a deshonrarme literariamente ante ustedes. Fui derrotado por Madame Bovary. Nunca me interesó. Fui derrotado por la aburrida familia Karamazov. No me interesaron nunca. Pero seguía leyendo cuentos y creo que quizá los primeros que leí pudieron haber sido, después de los cuentos de Grimm, que sigo admirando, los cuentos de Kipling, que pueden haber sido los últimos que leo y releo sin penetrarlos del todo; hay en ellos siempre un trasfondo de misterio. Pues bien, yo era por aquellos años de 1920, tan lejos ahora, un joven poeta ultraísta, quería renovar la literatura, quería ser el Adán de la literatura, quería abolir toda la literatura anterior, sin comprender que el lenguaje mismo en que escribía ya es una tradición, porque un idioma es una tradición y los autores que influyen más en un escritor son los autores que no he leído nunca, los autores que han creado el lenguaje, los desconocidos autores de la Biblia, pero también autores mediocres, autores humildes, todos esos van impresionándonos, y además la vida, la vida que nos da continuamente belleza. Ayer recordé aquella frase de Cansinos Asséns: "Dios mío, ¡que no haya tanta belleza!" El sentía la belleza de todo y de todos los momentos. Yo escribía malos versos, escribía artículos, crítica, en una insufrible prosa arcaica. Y luego sucedió algo, ese algo ocurrió en 1929, puedo dar la fecha precisa. En 1929 murió un amigo mío, que yo no osé nunca llevar a mi casa, mi madre no lo hubiera admitido, don Nicolás Paredes, que fue caudillo del barrio de Palermo. Debía dos muertes. Esto lo supe por el comisario o por dos comisarios que me lo contaron, él no se jactaba nunca de ello. Además, él solía decir: "¿Quién no debía una muerte en mi tiempo?, hasta el más infeliz." Yo le vi desafiar a hombres más vigorosos que él, más jóvenes, vi los dos cuchillos sobre la mesa, vi el desafío y luego, cuando esperaba ver el duelo, el otro, el joven, el fuerte, se achicaba, pedía perdón. Entonces, Paredes simulaba tener miedo de él y me decía: ``Caramba, este mozo por poco me mata''; me decía eso después de haberle provocado en duelo a muerte.
Bueno, podría contar muchos recuerdos de ese excelente amigo mío, de ese benévolo asesino que conocí, porque no era otra cosa; pero él murió, murió de muerte natural, cosa que no le hubiera gustado mucho, murió de una comilona, desgraciadamente, el año 1929. A él le gustaban las comilonas. Cuando alguno le preguntaba cómo le había ido en una comilona, decía: "Bueno, di cuenta de dos bifes, un pato asado y de nueve empanadas.'' Era un gastrónomo, además, a su modo. Cuando Paredes murió yo sentía la nostalgia de que Paredes había muerto, de que con él, como diría en una milonga mucho tiempo después, había desaparecido "Aquel Palermo perdido del baldío y del cuchillo". Y entonces pensé que un modo de hacer que muriera menos sería escribir un cuento tejiendo, entretejiendo las diversas anécdotas que él me había contado, y otras que me había contado un tío mío, que conoció ese tipo de vida, que había muerto también, entonces, en el Hotel Doré (ustedes ven que vuelvo siempre a ciertos lugares y a ciertos temas). Me senté a escribir un cuento que obtuvo una fama inmerecida y que se tituló al principio "Hombre de las orillas". Orillas quiere decir los arrabales, no necesariamente del mar sino también las orillas de la llanura, las orillas de la pampa, como dicen los literatos, ya que en el campo nadie conoce la palabra "pampa". Yo no he oído a ningún gaucho usar la palabra "pampa'', eso pertenece a la mitología urbana, tejida por hombres de letras de la ciudad.
Pues bien, yo inventé el argumento; me inspiraron los cuentos de Chesterton, los filmes de Joseph von Sternberg, el recuerdo de Stevenson y, sobre todo, la voz de Paredes, porque quizá la voz de un hombre sea más importante que lo que dice esa voz. Admiraba el uso que de ella hacía Paredes, esa mezcla de sorna y de cortesía, esa humildad exagerada, sobre todo cuando estaba a punto de provocar a alguien a un duelo. Yo quise escribir todo eso, y escribí un cuento que se llamaría después "Hombre de la esquina rosada". Me refería a las esquinas rosadas de los almacenes, a las esquinas rosadas o celestes de las tabernas, de los arrabales de entonces. Desgraciadamente, la gente suele citar mal el título "El hombre de la Casa Rosada", como si se tratara de una sátira al presidente de la República. Pero la verdad es que yo no pensaba entonces en sátiras, yo quería decir el "Hombre de la esquina rosada"; bueno, hombre de la esquina, de la esquina de las orillas, más concretamente yo pensaba en Paredes. Escribí ese cuento y traté de que no fuera real, quise hacer un cuento que fuera como los filmes de Joseph von Sternberg, como los cuentos de Chesterton, como algunos cuentos de Stevenson, quise hacer un cuento en el cual todo fuera escénico y todo fuera visual, en el cual todo sucediera de un modo vivo, es decir, una suerte de ballet más que de cuento. Cuando había escrito una frase, la releía y la releía con la voz de Paredes, y si notaba que alguna frase se parecía demasiado a mí, la borraba y la reemplazaba por otra, pero aun así el cuento quedó lleno de resaca literaria. Ése fue mi primer cuento: "Hombre de la esquina rosada", y lo firmé con el nombre de Bustos, un tatarabuelo mío, porque pensé que tenía derecho a ese nombre que estaba en la familia, y además Bustos y Borges comienzan con B y constan de seis letras. Lo publiqué con ese seudónimo porque pensé que yo era un poeta --yo me creía un poeta entonces-- que se había aventurado en el relato, que era un intruso que no tenía derecho a presentarme como autor de cuentos. Mis amigos me reconocieron inmediatamente a través del disfraz. Luego pensé otra vez en escribir cuentos, pero todavía titubeaba; entonces, escribí un libro que se titula, un poco pomposamente, un poco en broma, Historia universal de la infamia. Ese libro es una serie de biografías de criminales. Yo empiezo siempre por un personaje real, por un tema real, cada dos o tres páginas dejo de transcribir y empiezo a inventar. Sin saberlo, estaba abriéndome camino hasta ser un autor de cuentos, que es lo que soy esencialmente ahora, tanto que mis amigos me aconsejan que abandone la poesía y que vuelva a mi verdadero oficio, a mi verdadero destino, que es el de escribir cuentos. Y así he escrito, digamos, tres libros de cuentos, contando el que está por salir y al que le falta ya muy poco.
Ahora bien, estos libros son libros, en general, de cuentos fantásticos, pero esa fantasía no es una fantasía arbitraria sino necesaria. Voy a referirme a uno que quizás ustedes conozcan, que se titula "Funes el memorioso". Funes el memorioso es un compadrito oriental [uruguayo], un hombre de muy pocas luces que, por una caída de caballo, sufre un accidente terrible: se ve dotado de una memoria infinita. Recuerda no sólo la cara de cada persona que ha visto a lo largo de su vida, sino que recuerda, por ejemplo, que la vio de perfil, luego de medio perfil, luego de frente. Recuerda cómo caían las sombras, recuerda cada árbol que ha visto, la caída de cada hoja, tanto es así que la palabra árbol es demasiado abstracta para él, y quiere inventar un lenguaje infinito. Yo padecía de insomnio entonces, trataba de dormir. ¿Y qué es dormir? Dormir es olvidarse, por eso en buenos Aires, y quizás aquí también, digamos "recordarse" por "despertarse": "que me recuerden mañana temprano". La frase me parece admirable, "que me recuerden", porque cuando uno duerme, y esto lo he dicho en el último poema que he escrito, "El sueño", uno es nadie y luego cuando se despierta ya recuerda que uno es Fulano de Tal, y recuerda las circunstancias de esa vida, las obligaciones que el día impondrá, uno vuelve a dejar de ser "una suerte de Dios infinito", puede ser nada, viene a ser casi lo mismo, puede ser alguien, algo muy concreto, atado a un destino, atado a cierto pasado, atado a ciertas esperanzas, en general fallidas.
Bueno, yo trataba de olvidarme de mí mismo para dormir, pero seguía pensando en mí mismo, acostado, pensaba minuciosamente en mi cuerpo, en los libros, en los muebles, en la habitación, en el patio, en la quinta, en las estatuas de la quinta, en la verja, en las casas vecinas, yo estaba como abrumado por el universo y pensaba también en los astros. Iba más lejos, luego en la ciudad de Buenos Aires, pensaba en las ilustraciones de los libros, no podía olvidarme, y entonces imaginé ese personaje dotado de una memoria infinita, ese personaje que es una metáfora del insomnio, "Funes el memorioso". Yo lo escribí, no sé si bien o mal, pero con un buen resultado curativo, terapéutico, con el resultado de que después de escribir ese cuento deje de sufrir insomnio. El insomnio fue desapareciendo paulatinamente. Ahora vuelvo a sufrir el insomnio, pero no ese insomnio incurable que sufrí entonces. Me figuraba que había un reloj que medía las horas de mi insomnio, un reloj infernal que sigo odiando todavía, aunque ya no existe, que daba la hora, el cuarto de hora, la media hora, el menos cuarto y, después, la otra hora, de modo que yo no podía engañarme diciendo que había dormido, porque ahí estaba el reloj que mostraba inexorablemente lo contrario.
Ese cuento, "Funes el memorioso", puede parecer un cuento fantástico, pero es una metáfora, es mi verdadero insomnio, el que sentí. Luego, el otro tema que vuelve en mi obra es el tema del laberinto. Vuelve demasiado, según han insinuado todos mis críticos, con razón. Con éste pude liberarme de un recuerdo de infancia, un libro sobre la antigüedad helénica con un grabado de acero. Estoy viéndolo ahora. Representa las Siete Maravillas del Mundo, y una de ellas es el laberinto de Creta, que tiene una forma circular y unas rendijas; y yo pensaba, con ayuda de un vidrio de aumento, que yo podía ver el Minotauro que está dentro. Felizmente no logré verlo nunca, aunque pensé mucho en él.
El laberinto es el símbolo viviente de la perplejidad y por eso lo he elegido, porque de las muchas emociones que el hombre siente, la más frecuente en mí es la perplejidad, la maravilla, el asombro, no siempre el maravilloso asombro de Chesterton. Dice Chesterton que "si el sol sale cada mañana es porque Dios es como un niño: el sol sale, Dios se encanta, palmotea y dice: ¡otra vez!" El sol sale cada día por última vez, es algo que seguirá saliendo así infinitamente, y seguirá saliendo infinitamente porque --dice Chesterton-- no somos tan jóvenes como nuestro Padre. Nosotros nos cansamos de la puesta de sol, de la salida del sol, de las cuatro estaciones y de las épocas de la vida del hombre, pero Él no, Él es joven y está eternamente asombrado y quiere que todo se repita.
Y aquí hay una anécdota que refiere Mark Twain: los chicos persiguen a la madre y le piden que les cuente el cuento de Los Tres Osos. La madre dice que está muy ocupada y que no puede contarles el cuento. Los chicos vuelven a la carga: "Mamá, cuéntanos el cuento de Los Tres Osos." La madre se niega, la escena se repite un número indefinido de veces, y al final uno de los chicos le dice: "Mamá, vamos a contarte el cuento de Los Tres Osos...". Es decir, hay un placer, así, en la expectativa, podrá ser el placer de la rima también ¿no?, el placer de la simetría, el placer de que en este caos haya formas regulares.
He hablado de la génesis de ese cuento, y luego hay otra idea, otra superstición que me ha acompañado también a lo largo de los libros que he escrito: la idea de que el coraje de un hombre, la destreza de un hombre, se pasa de algún modo al arma que usa, es decir, que el arma queda llena del coraje de ese hombre. Esta mañana tuve el placer, tuve la emoción que llegó hasta el llanto, de oír, en ese generoso homenaje de la Televisión Española, que se recitó un verso mío en el que me acordé de Muraña, que fue guardaespaldas de Paredes, y digo: "Algo de Muraña / ese cuchillo de Palermo..." Tengo un cuento titulado "Juan Muraña", en que lo identifico a él en el cuchillo. Muraña (yo le conocía de vista) ha muerto en el cuento. Queda su viuda, queda su mujer, van a rematarles la casita, la modesta casita en que viven, y ella dice: "No, Juan va a ayudarme, Juan no va a dejar que el gringo nos haga esto." El gringo es el dueño de la casa, un italiano que vive en el otro extremo de la ciudad, en Barracas, o sea que el cuento es en Palermo; y luego lo apuñalan al gringo y al final se descubre, ya lo habrán adivinado ustedes, que la vieja, medio loca, lo ha hecho. Ha salido una noche, Muraña una vez más atravesó toda la ciudad para apuñalar a un enemigo, y ella ha repetido ese trayecto y lo ha matado. ¿Cómo lo ha matado? No con la flaqueza, no con la fuerza de sus flacas manos viejas, sino con la fuerza que estaba en el cuchillo, y ella al hablar de Juan quería decir "cuchillo'', porque lo había identificado con el cuchillo, con ese cuchillo que guardaba tantas muertes, y que después de la muerte de la mano que lo usó fue capaz de una muerte más. Esa idea de las armas que pelean solas está en otro cuento, que se titula, creo, "El encuentro". Ahí la historia es un poco distinta. Se trata de dos cuchilleros, uno del Norte de Buenos Aires, otro del Oeste o del Sur. Esos dos hombres tienen nombres parecidos y los confunden, y eso les molesta. Uno se llama Almara y otro Almeira, o más parecidos quizá, no recuerdo los detalles. Esos dos hombres se han buscado a lo largo de los caminos, de los caminos polvorientos, de las monótonas llanuras que los literatos llaman la pampa, para pelearse. Y han muerto. Uno de muerte natural, al otro le mató un balazo, un balazo disparado por alguien que no era el hombre que él buscaba. Luego, en el cuento hay alguien que colecciona armas, y dos jóvenes, dos jóvenes grandes, dos "niños bien", dos "niños góticos", creo que decían aquí antes, de Buenos Aires. Se desafían a duelo y las únicas armas que hay en la casa son esos viejos cuchillos rústicos, cada uno de los cuales debe muertes, y a uno le toca el cuchillo de uno de los gauchos muertos y al otro el otro, y cuando empiezan a pelear no saben cómo hacerlo, ni siquiera saben que el cuchillo debe apuntarse hacia arriba, pero poco a poco ocurre algo que no se dice del todo, que se sugiere al fin, y es que los cuchillos son los que pelean, y el más valiente muere a manos del más cobarde, porque el más cobarde tenía el cuchillo que era del más valiente. Es la misma idea, una variante de la misma idea.
Puedo recordar otro cuento mío, "El Aleph". Yo había leído en los teólogos que la eternidad no es la suma del ayer, del hoy y del mañana, sino un instante, un instante infinito, en el cual se congregan todos nuestros ayeres como dice Shakespeare en Macbeth, todo el presente y todo el incalculable porvenir o los porvenires. Yo me dije: si alguien ha imaginado prodigiosamente ese instante que abarca y cifra la suma del tiempo, ¿por qué no hacer lo mismo con esa modesta categoría que es el espacio? Y entonces imaginé que en esa casa había un sótano, y en ese sótano un pequeño objeto luminoso, mínimo, circular... tenía que ser circular para ser todo. El anillo es la forma de la eternidad, que abarca todo el espacio, y al abarcar todo el espacio abarca también el pequeño espacio que ocupa, y así en "El Aleph" hay un "Aleph" --porque esa palabra hebrea quiere decir círculo--, y en ese Aleph otro Aleph, y así infinitamente pequeño, esa infinitud de lo pequeño que asustaba tanto a Pascal. Bueno, yo simplemente apliqué esa idea de la eternidad al espacio. Inventé la historia del Aleph, le agregué detalles personales, por ejemplo, una mujer que yo quise mucho, y que no me quiso nunca y que murió. Le di un hermoso nombre, la llamé Beatriz Viterbo. Cambié un poco las circunstancias, y aquí hay un pequeño hecho sobre el que yo querría llamar la atención de ustedes, y es que si uno no cambia ligeramente las cosas uno se siente insatisfecho. Por ejemplo, si algo ocurre en algún barrio y uno lo escribe, es mejor cambiarlo a otro barrio que no sea demasiado distinto, los nombres de los personajes ya se saben, las circunstancias también. Uno está obligado a esas pequeñas invenciones para no ser un mero historiador, un mero registrador de hechos ocurridos, salvo que los grandes historiadores son grandes novelistas. Dijo Stevenson que los problemas, las dificultades de Tácito o de Tito Livio al escribir su historia, fueron del mismo género que las dificultades de un novelista o cuentista. Contar hechos reales ofrece las mismas dificultades que contar hechos imaginarios, a la larga no podemos distinguir entre ellos.
He hablado un poco al azar de mis cuentos. Hay otros cuentos cuyas circunstancias no recuerdo, y les propongo algo, no sé si habrá tiempo o no sé si ustedes tienen ánimo para hacerlo, les propondría a ustedes que dejáramos este tedioso rito de una conferencia, de un orador, y conversáramos, es decir, si alguno de ustedes quiere preguntarme algo, yo me sentiría muy contento en pasar de la conferencia, que es un género artificial, al diálogo, que es un género natural. Estoy esperando alguna pregunta de ustedes y pido que no sean tímidos, porque a tímido nadie me gana. Empiece el Juicio Final, empiece el Catecismo, la Inquisición.
16-6-96.La Jornada, México.
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-Un argumento
He imaginado el argumento de una novela que por razones de ceguera, y de ocio no escribiré, y, que sería el reverso de la admirable Guerra del Cerdo de Bioy Casares. El tema de ese libro es una conjuración de los jóvenes contra los viejos, el tema del mío, cuya redacción queda a cargo de cualquiera de mis lectores, es una conjuración de los viejos contra los jóvenes, de los padres contra los hijos. Examinemos las diversas y atroces posibilidades de ese argumento, que acaso nadie escribirá. Ojalá nadie, ya que sería un libro muy triste. Quizá lo habría aceptado León Bioy.
¿Qué fecha conviene elegir? Si es muy remota el lector sentirá que es cifra de un tiempo que no podemos imaginar o que sólo podemos imaginar, de manera vaga y errónea, si optamos por el hoy, el lector se convertirá fatalmente en un inspector de equivocaciones. El dilema del tiempo se repite en lo que se refiere al espacio. Digamos, "pues, Lomas de, Zamora o Morón, en el último o penúltimo decenio del siglo diecinueve.
¿Cuántos personajes convienen? El argumento, una vez fijado, nos dará una cifra aproximativa; de antemano repruebo las muchedumbres de la novela rusa. Digamos nueve o diez, ya que nuestro plan requiere individuos de dos generaciones. De esos nueve o diez, dos deben parecerse para que el lector los confunda y se figure a muchos innominados.
Los esenciales protagonistas de la obra son los ancianos. Deben ser muy diversos; más allá de las necesidades argumentales deben ser quienes son. También podrían ser vagos, también podrían arrojar un indefinida sombra temida. Algunos, postrados o impotentes o enfermos, envidian la salud normal de los jóvenes otros avaros, no quieren que sus hijos hereden la fortuna que les ha costado tanto trabajo; otro, frustrado, no se resigna a la buena suerte del hijo; uno, sereno y lúcido, piensa sinceramente que los jóvenes pueden ser presa de cualquier fanatismo y son incapaces de la cordura. En el decurso de esas páginas todavía no escritas, los jóvenes pueden ser cómplices de los viejos que han resuelto destruirlos. Un anciano, desde la pobre habitación en que está muriéndose ordena a su hijo el envenenamiento de un compañero, con un pretexto más o menos creíble: el hijo obedece sin sospechar que él será también una víctima. La obra podría comenzar por este sórdido episodio. Podría asimismo comenzar describiendo a un anciano que largamente vela el sueño de su hijo; los capítulos ulteriores nos llevarán a comprender la causa. Este argumento de hombres débiles y malvados, que se juntan, acaso odiándose, para ultimar a jóvenes fuertes, corre el albur de parecer ridículo y de provocar la parodia; el deber del autor, del eventual autor, es hacerlo atroz. La flaqueza de los verdugos, el hecho de que tengan que ser muchos para matar a uno, les impone la obligación de ser espantosos y al mismo tiempo dignos de lástima, ya que se entiende que los años les han dado locura.
Un padre puede convertir a su hijo e iniciarlo en la secta, para sacrificarlo después. Los primeros capítulos registrarán muertes misteriosas; los últimos, como en la obra ejemplar de Bioy, nos darán la clave. Alguna vez asistiremos a un conciliábulo, interrumpido por la brusca entrada de un joven. Un padre denuncia a las autoridades el asesinato de su hijo; el culpable es él o sus cómplices. Un personaje alude al trunco sacrificio de Abraham o al canto trigésimo tercer del Inferno. Al borde del suicidio, un hombre joven acepta con alivio la sentencia de los mayores.
Quizá convenga renunciar al concepto de una conspiración y reducir a dos el número de los protagonistas. Uno, el anciano que comprende que aborrece a su hijo; el otro, el hijo que se sabe odiado y culpable. La novela concluye cuando el fin no ha llegado aún. Ambos esperan.
3-4-83, El Colombiano.
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-Alguien sueña
Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado cosas atroces. Ha soñado la certidumbre, que enciende cruzadas y hogueras. Ha soñado la aniquilación de Cartago por el incendio y por la sal. Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado la palabra, ese obstinado y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido. Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz. Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio. Ha soñado el arte de la palabra, aún más misterioso que el de la música, porque incluye la música. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado las caras de tus muertos, que ahora son empañadas fotografías. Ha soñado a Walt Whitman, que decidió ser todos los hombres, como la divinidad de Spinoza. Ha soñado a los griegos, que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la luna y los tres hombres que caminaron por la luna. Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que, de hecho, es cósmica, ya que todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Ha soñado que la flor del higo es secreta. Ha soñado una cuarta dimensión. Ha soñado los números transfinitos, a los que no se llega contando. Ha soñado a Yorik, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet. Ha soñado el Plata y el Ródano, que son nombres del agua. Ha soñado a Blake, que soñó a unas muchachas de suave plata o de furioso oro. Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño. Ha soñado la máscara de hierro. Ha soñado las formas universales. Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa. Ha soñado la brújula y el cristal, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez. Ha soñado la muerte de Julieta y la muerte de Indira. Ha soñado el espejo en el que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. Ha soñado el cero y la nada. Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor. Ha soñado los reyes de la baraja. Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado. Ha soñado el fin y el principio del fragmento de Finsburh. Ha soñado el ancla profunda. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado una esfera de marfil, que guarda otras esferas. Ha soñado el desierto. Ha soñado el alba que acecha, Ha soñado a Alguien que lo sueña.
16-12-84, La Nación, Argentina.