sábado, 27 de febrero de 2010

Comunidad Wichi en lucha contra desmontes


Embarcación, Salta, 16 de diciembre del 2009.

Sres. Jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

S / D

Tenemos el agrado de dirigirnos a V.E. en nuestro carácter de demandantes, e integrantes de la Mesa de Tierras del Norte de Salta, en la Causa “Salas, Dino c/Salta Provincia de y Estado Nacional s/Amparo”, Expte. Nº S. 1144/08, a fin de agradecerles su intervención para lograr una suspensión de los desmontes indiscriminados que afectan nuestra vida, denunciar la violación de la medida cautelar dictada en el Expte.y solicitarles que continúe la protección de nuestras tierras y recursos naturales.

Diversos miembros de nuestras comunidades han observado que los desmontes continuaron a pesar de la medida cautelar dictada en la presente causa. Ello nos llevó a investigar y monitorear la situación, en conjunto con ONG del medio. Descubrimos que han continuado desmontes que debían estar detenidos desde el mes de diciembre del año 2008.

Sabemos que, al menos, los siguientes desmontes han continuado y podemos estimar, aproximadamente, el número de hectáreas que se han desmontado desde que existe la suspensión judicial:
Finca
Nº de Expediente
Fecha de Audiencia Pública
Superficie Aproximada, desmontada entre 22/01/09 y el 21/10/09
La Maravilla Fracc. D14 12.829/06 07/11/2007 710 Has.
La Maravilla Fracc. E1 y E2 13.790/07 07/11/2007 7.750 Has.
El Chilcar 14.183/07 26/11/2007 880 Has.

Ello nos motiva a denunciar ante V.E. que la medida dictada no se ha cumplido. Como si ello fuera poco, los responsables procedieron a la quema de los restos vegetales en franco incumplimiento a las normas legales vigentes.

Los desmontes que hemos podido comprobar se han realizado en zonas que, según el Ordenamiento de Bosques que presentó la provincia, estarían en la Categoría II (en color amarillo) y, además, son utilizadas por pueblos indígenas y poblaciones criollas.

De esta manera vemos que se ha violado, además de la medida cautelar, el Decreto Nº 2789, que en su artículo 1º indica que “Durante el plazo de vigencia de la ley Nº 26.160 no podrán ejecutarse las autorizaciones de desmontes pendientes de realización en aquellas propiedades incluidas en la Categoría II (amarillo) definida por la Ley Nº 7.543 y su reglamentación, que, a la fecha del presente instrumento se encuentren sometidas a un reclamo formal por parte de Comunidades Indígenas…”

El daño causado por los desmontes ilegales durante la vigencia de la cautelar no puede ser dimensionado en su totalidad. Nosotros sólo hemos detectado la situación ilegal en las fincas referidas arriba pero nos da la clara pauta que hechos similares pueden haber sucedido en los Departamentos en los que estaba vigente la cautelar.

De allí la necesidad de solicitarle a V.E. que requiera a algún organismo independiente de la provincia de Salta, como el INTA o la Universidad Nacional de Salta que, mediante el estudio de imágenes satelitales de los años 2008 y 2009, detecte los lugares en los que se habrían realizado desmontes en los Departamentos de Rivadavia, San Martín, Orán y Santa Victoria de nuestra Provincia durante la vigencia de la medida cautelar.

Como ya lo hemos expresado, nuestras posibilidades de supervivencia y, fundamentalmente, nuestra identidad cultural dependen de la existencia de montes, animales y frutos, entre otros elementos, y del respeto a la tierra con la que tenemos una profunda relación espiritual. Los desmontes suponen su eliminación absoluta y constituyen un daño ambiental general que afecta a la sociedad en su conjunto.

Está comprobado, y constituye un tema de preocupación a nivel mundial, que los desmontes contribuyen al calentamiento global y la pérdida de biodiversidad entre otros muchos efectos negativos, como por ejemplo: hay evidencias que muestran que existe una alta probabilidad de deterioro de los suelos debido al reemplazo masivo de bosques por agricultura en zonas de características similares a las del bosque chaqueño. Lo cual constituirá un daño irreversible para el patrimonio de la ciudadanía toda.

Por tal motivo, reiteramos a V.E. nuestra preocupación por el incumplimiento de la medida cautelar ordenada y solicitamos que se extremen las medidas necesarias para el control de su cumplimiento, hasta el dictado de una sentencia definitiva.

Sin otro particular, los saludamos atte.

Pueblo Wichi

Publicado por Comunidad Honat Le’Les Pueblo Wichi y Guaraní en 09:08

jueves, 18 de febrero de 2010

Carta de Mahatma Gandhi a Adolf Hitler


24 de diciembre de 1940

Algunos amigos me han instado a escribirle en nombre de la humanidad. Pero me he resistido a su petición, porque me parecía que una carta mía sería una impertinencia. Con todo, algo me dice que no tengo que calcular, y tengo que hacer mi llamamiento por todo lo que merezca la pena.

Está muy claro que es usted hoy la única persona en el mundo que puede impedir una guerra que podría reducir a la humanidad al estado salvaje. ¿Tiene usted que pagar ese precio por un objetivo, por muy digno que pueda parecerle? ¿Querrá escuchar el llamamiento de una persona que ha evitado deliberadamente el método de la guerra, no sin considerable éxito? De todos modos, cuento de antemano con su perdón si he cometido un error al escribirle.

Yo no tengo enemigos. Mi ocupación en la vida durante los últimos treinta y tres años ha sido ganarme la amistad de toda la humanidad fraternizando con los seres humanos, sin tener en cuenta la raza, el color o la religión.

Espero que tenga usted el tiempo y el deseo de saber cómo considera sus actos una buena parte de la humanidad que vive bajo la influencia de esa doctrina de la amistad universal. Sus escritos y pronunciamientos y los de sus amigos y admiradores no dejan lugar a dudas de que muchos de sus actos son monstruosos e impropios de la dignidad humana, especialmente en la estimación de personas que, como yo, creen en la amistad universal. Me refiero a actos como la humillación de Checoslovaquia, la violación de Polonia y el hundimiento de Dinamarca. Soy consciente de que su visión de la vida considera virtuosos tales actos de expoliación. Pero desde la infancia se nos ha enseñado a verlos como actos degradantes para la humanidad. Por eso no podemos desear el éxito de sus armas.

Pero la nuestra es una posición única. Resistimos al imperialismo británico no menos que al nazismo. Si hay alguna diferencia, será muy pequeña. Una quinta parte de la raza humana ha sido aplastada bajo la bota británica empleando medios que no superan el menor examen. Ahora bien, nuestra resistencia no significa daño para el pueblo británico. Tratamos de convertirlos, no de derrotarlos en el campo de batalla. La nuestra es una rebelión no armada contra el gobierno británico. Pero los convirtamos o no, estamos totalmente decididos a conseguir que su gobierno sea imposible mediante la no colaboración no violenta. Es un método invencible por naturaleza. Se basa en el conocimiento de que ningún expoliador puede lograr sus fines sin un cierto grado de colaboración, voluntaria u obligatoria, por parte de la víctima. Nuestros gobernantes pueden poseer nuestra tierra y nuestros cuerpos, pero no nuestras almas. Pueden tener lo primero sólo si destruyen por completo a todos los indios: hombres, mujeres y niños. Es cierto que no todos podrán llegar a tal grado de heroísmo, y que una buena dosis de temor puede doblegar la revolución; pero eso es irrelevante. Pues si en la India hay un número suficiente de hombres y mujeres que están dispuestos, sin ninguna mala voluntad contra los expoliadores, a entregar sus vidas antes que doblar la rodilla ante ellos, habrán mostrado el camino hacia la libertad de la tiranía de la violencia. Le pido que me crea cuando digo que encontrará usted un inesperado número de tales hombres y mujeres en la India. Durante los últimos veinte años han estado formándose para ello.

Durante el último medio siglo hemos estado intentando liberarnos del gobierno británico. El movimiento por la independencia no ha sido nunca tan fuerte como ahora. El Congreso Nacional Indio, que es la organización política más poderosa, está tratando de conseguir este fin. Hemos logrado un éxito muy apreciable por medio del esfuerzo no violento. Estamos buscando los medios correctos para combatir la violencia más organizada en el mundo, representada por el poder británico. Usted le ha desafiado. Ahora queda por ver cuál es el mejor organizado: el alemán o el británico. Sabemos lo que la bota británica significa para nosotros y las razas no europeas del mundo. Pero nunca desearíamos poner fin al gobierno británico con la ayuda de Alemania. En la no violencia hemos encontrado una fuerza que, si está organizada, sin duda alguna puede enfrentarse a una combinación de todas las fuerzas más violentas del mundo. En la técnica no violenta, como he dicho, no existe la derrota. Todo es «Vencer o morir» sin matar ni hacer daño. Se puede usar prácticamente sin dinero y, claro está, sin la ayuda de la ciencia de la destrucción que tanto han perfeccionado ustedes.

Me asombra que no perciba usted que esa ciencia no es monopolio de nadie. Si no son los ingleses, será otra potencia la que ciertamente mejorará el método y le vencerá con sus propias armas. Además, no está dejando a su pueblo un legado del que pueda sentirse orgulloso, pues no podrá sentirse orgulloso de recitar una larga lista de crueldades, por muy hábilmente que hayan sido planeadas.

Por consiguiente, apelo a usted, en nombre de la humanidad, para que detenga la guerra. No perderá nada si pone todos los asuntos en litigio entre usted y Gran Bretaña en manos de un tribunal internacional elegido de común acuerdo. Si tiene éxito en la guerra, ello no probará que usted tenía razón. Sólo probará que su poder de destrucción era mayor. Por el contrario, una sentencia de un tribunal imparcial mostrará, en la medida en que es humanamente posible, cuál de las partes tenía razón.

Sabe que, no hace mucho tiempo, hice un llamamiento a todos los ingleses para que aceptaran mi método de resistencia no violenta. Lo hice porque los ingleses saben que soy un amigo, pese a ser un rebelde. Soy un desconocido para usted y para su pueblo. No tengo coraje suficiente para hacerle el llamamiento que hice a todos los ingleses, aunque se aplica con la misma fuerza a usted que a los británicos.

Durante esta estación, cuando los corazones de los pueblos de Europa ansían la paz, hemos suspendido incluso nuestra pacífica lucha.¿Es demasiado pedir que haga un esfuerzo por la paz en un tiempo que tal vez no signifique nada para usted personalmente, pero que tiene que significar mucho para los millones de europeos cuyo mudo grito de paz oigo, pues mis oídos pueden escuchar la voz de millones de personas mudas?

miércoles, 17 de febrero de 2010

Fragmento de una carta de Luigi Pirandello a su hijo Stefano


l917, Luigi Pirandello
«Tengo en la cabeza una rareza muy triste: Seis personajes en busca de autor, novela que quiero realizar. Seis personajes, atrapados por un drama terrible, se me arrojan encima para ser desarrollados en una novela. Es una obsesión y yo no quiero saber nada de ellos. Pero ellos me muestran todas sus heridas y yo me los quito de encima. 

Carta erótica de James Joyce


3 de diciembre de 1909

44 Fontenoy Street, Dublín.
Mi querida niñita de las monjas: hay algún estrella muy cerca de la tierra, pues sigo presa de un ataque de deseo febril y animal. Hoy a menudo me detenía bruscamente en la calle con una exclamación, siempre que pensaba en las cartas que te escribí anoche y antenoche. Deben haber parecido horribles a la fría luz del día. Tal vez te haya desagradado su grosería. Sé que eres una persona mucho más fina que tu extraño amante y, aunque fuiste tu misma, tu, niñita calentona, la que escribió primero para decirme que estabas impaciente porque te culiara, aún así supongo que la salvaje suciedad y obscenidad de mi respuesta ha superado todos los límites del recato. Cuando he recibido tu carta urgente esta mañana y he visto lo cariñosa que eres con tu despreciable Jim, me he sentido avergonzado de lo que escribí. Sin embargo, ahora la noche, la secreta y pecaminosa noche, ha caído de nuevo sobre el mundo y vuelvo a estar solo escribiéndote y tu carta vuelve a estar plegada delante de mí sobre la mesa. No me pidas que me vaya a la cama, querida. Déjame escribirte, querida.
Como sabes queridísima, nunca uso palabras obscenas al hablar. Nunca me has oído, ¿verdad?, pronunciar una palabra impropia delante otras personas. Cuando los hombres de aquí cuentan delante de mí historias sucias o lascivas, apenas sonrío. Y, sin embargo, tu sabes convertirme en una bestia. Fuiste tu misma, tu, quien me deslizaste la mano dentro de los pantalones y me apartaste suavemente la camisa y me tocaste la pinga con tus largos y cosquilleantes dedos y poco a poco la cogiste entera, gorda y tiesa como estaba, con la mano y me hiciste una paja despacio hasta que me vine entre tus dedos, sin dejar de inclinarte sobre mí, ni de mirarme con tus ojos tranquilos y de santa. También fueron tus labios los primeros que pronunciaron una palabra obscena. Recuerdo muy bien aquella noche en la cama en Pola. Cansada de yacer debajo de un hombre, una noche te rasgaste el camisón con violencia y te subiste encima para cabalgarme desnuda. Te metiste la pinga en el coño y empezaste a cabalgarme para arriba y para abajo. Tal vez yo no estuviera suficientemente arrecho, pues recuerdo que te inclinaste hacia mi cara y murmuraste con ternura: “¡Fuck me, darling!” (Folló yo querido) Nora querida, me moría todo el día por hacerte uno o dos preguntas. Permítemelo, querida, pues yo te he contado todo lo que he hecho en mi vida; así, que puedo preguntarte, a mi vez. No sé si las contestarás. Cuándo esa persona cuyo corazón deseo vehementemente detener con el tiro de un revólver te metió la mano o las manos bajo las faldas, ¿se limitó a hacerte cosquillas por fuera o te metió el dedo o los dedos? Si lo hizo, ¿subieron lo suficiente como para tocar ese gallito que tienes en el extremo del coño? ¿Te tocó por detrás? ¿Estuvo haciéndote cosquillas mucho tiempo y te viniste? ¿Te pidió que lo tocaras y lo hiciste? Sino lo tocaste, ¿se vino sobre ti y lo sentiste?
Otras pregunta, Nora. Sé que fui el primer hombre que te folló, pero, ¿te masturbó un hombre alguna vez? ¿Lo hizo alguna vez aquel muchacho que te gustaba? Dímelo ahora, Nora, responde a la verdad con la verdad y a la sinceridad con la sinceridad. Cuando estabas con él de noche en la oscuridad de noche, ¿no desabrocharon nunca, nunca, tus dedos sus pantalones ni se deslizaron dentro como ratones? ¿Le hiciste una paja alguna vez, querida, dime la verdad, a él o a cualquier otro? ¿No sentiste nunca, nunca, nunca la pinga de un hombre o de un muchacho en tus dedos hasta que me desabrochaste el pantalón a mí? Si no estás ofendida, no temas decirme la verdad. Querida, querida esta noche tengo un deseo tan salvaje de tu cuerpo que, si estuvieras aquí a mi lado y aún cuando me dijeras con tus propios labios que la mitad de los patanes pelirrojos de la región de Galway te echaron un polvo antes que yo, aún así correría hasta ti muerto de deseo.
Dios Todopoderoso, ¿qué clase de lenguaje es este que estoy escribiendo a mi orgullosa reina de ojos azules?
¿Se negará a contestar a mis groseras e insultantes preguntas? Sé que me arriesgo mucho al escribir así, pero, si me ama, sentirá que estoy loco de deseo y que debo contarle todo.
Cielo, contéstame. Aun cundo me entere de que tu también habías pecado, tal vez me sentiría todavía más unido a ti. De todos modos, te amo. Te he escrito y dicho cosas que mi orgullo nunca me permitiría decir de nuevo a ninguna mujer.
Mi querida Nora, estoy jadeando de ansia por recibir tus respuestas a estas sucias cartas mías. Te escribo a las claras, porque ahora siento que puedo cumplir mi palabra contigo. No te enfades, querida, querida, Nora, mi florecilla silvestre de los setos. Amo tu cuerpo, lo añora, sueño con él.
Háblenme queridos labios que he besado con lágrimas. Si estas porquerías que he escrito te ofenden, hazme recuperar el juicio otra vez con un latigazo, como has hecho antes. ¡Qué Dios me ayude!
Te amo Nora, y parece que también esto es parte de mi amor. ¡Perdóname! ¡Perdóname!

Jim

martes, 16 de febrero de 2010

Carta de Vincent Van Gogh a Paul Gauguin


17 de junio de 1890.

Gracias por haberme escrito de nuevo, mi querido amigo y queda tranquilo, que después de mi regreso he pensado en ti todos los días. No me he quedado en París más que tres días y el ruido, etc., parisiense me causaba tan mala impresión que he juzgado prudente para mi cabeza largamente al campo; de no ser así en seguida hubiera corrido a verte. Y me causa un enorme placer que digas que el retrato de la arlesiana, hecho rigurosamente sobre tu dibujo, te ha gustado.

He tratado de seguir con fidelidad respetuosa tu dibujo y, sin embargo, tomando la libertad de interpretar por medio de un color el carácter sobrio y el estilo del dibujo en cuestión. Es una síntesis de arlesiana, si quieres; como las síntesis de arlesianas son raras, toma ésta como obra tuya y mía; como resultado de nuestros meses de trabajo juntos. Para hacerlo, yo he pagado con más de un mes de enfermedad, pero también sé que es una tela que tú, yo, y otros pocos comprenderemos, como nosotros querríamos que se comprenda.

Tengo aún de allá un ciprés con una estrella, un último ensayo -un cielo de noche, con una luna sin resplandor, apenas el delgado creciente emergiendo de la sombra opaca proyectada por la tierra - una estrella de resplandor exagerado, si te parece, resplandor suave de rosa y verde en el cielo ultramarino donde corren las nubes. En lo bajo, un camino bordeado de altas cañas amarillas, detrás de las cuales están los Bajos Alpes azules, un viejo albergue con ventanas iluminadas de anaranjado y un ciprés muy alto, muy recto, muy sombrío. Sobre el camino, un coche con un caballo blanco y dos paseantes retrasados. Muy romántico, si te parece; pero también, creo, muy provenzal.

Oye una idea que quizá te convenga; yo trato de hacer así, estudios de trigales -yo no puedo sin embargo dibujar esto -, nada más que tallos de espigas verdeazules, hojas largas como cintas, verdes y rosas por el reflejo, espigas amarilleantes, ligeramente ribeteadas de rosa pálido por la floración polvorosa, una campanilla rosa en lo bajo, enrollada alrededor de un tallo. Así, ayer vi dos figuras: la madre, con un vestido carmín profundo, la hija en rosa pálido con un sombrero amarillo sin adorno alguno; rostros muy sanos de campesinas, bien curtidos por el aire libre, quemados por el sol; la madre, sobre todo, con una cara muy, muy roja y cabellos negros y dos diamantes en las orejas. Y he vuelto a pensar en esa tela de Delacroix: La educación materna. Porque en las expresiones de los rostros había realmente todo lo que hubo en la cabeza de George Sand, ya sabes que hay un retrato - busto George Sand - de Delacroix; hay un grabado en la Ilustration, con los cabellos cortos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Carta de amor de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro



Mi querida, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo. Sin embargo, te quiero más que a nadie... Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo. Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia... Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos... recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado... Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades.

Adolfo

Carta de Toulouse-Lautrec a su madre



Malromé, 9 de septiembre de 1901.

Oh querida mamá, estamos con gran tristeza. Dios no ha bendecido nuestra unión. Que su voluntad se haga, pero es difícil ver invertir el orden de la naturaleza. Espero que después de unirse a la triste del espectáculo de la larga agonía de mi pobre niño tan inocente, no ha sido nunca la palabra de su padre digna. Nos quejamos.

Alphonse.

Carta de Abrahan Lincoln a su hermano John



Querido Johnston;

No creo que sea conveniente que cumpla con tu requisito de darte ochenta dólares. En diversas ocasiones, cuando te he ayudado en poco, me has dicho que con eso te arreglarías, pero al poco tiempo te he encontrado en las mismas dificultades. Esto sólo puede obedecer a un defecto de tu conducta. Creo saber cual es ese defecto. No eres perezoso, pero eres un amante del ocio. Desde que te conozco, dudo que hayas consagrado un día entero al trabajo. No te disgusta demasiado el trabajo, pero no trabajas demasiado, simplemente porque no crees ganar mucho con ello. Tu dificultad radica en este mal hábito: el de desperdiciar el tiempo, es muy importante para ti, y más aún para tus hijos, que rompas con ese hábito. Es más importante para ellos porque tienen más vida por delante, y les resultará más fácil evitar, el hábito del ocio antes de adquirirlo. Ahora necesitas dinero urgente, y mi propuesta es que vayas a trabajar con el mayor empeño, para alguien que pague por ello. Que tu padre y tus hijos se encarguen de la casa y de todo lo concerniente a la siembra, mientras tu vas a trabajar por el mejor sueldo que consigas. Y para asegurarte una justa recompensa por tu valor, ahora te prometo que por cada dólar que obtengas por tu trabajo, y entre el corriente día y el primero de mayo, sea en contante o sonante o en descuentos de tu deuda, te daré otro dólar. De esta manera, si te contratan a diez dólares mensuales, obtendrás de mí otros diez dólares, ganando veinte dólares mensuales por tu trabajo, con ello no quiero decir a St. Louis, a las minas de plomo ni a las minas de California, sino que busques la mensualidad obtener cerca de tu hogar Coles County.

Si haces esto, pronto saldarás tus deudas, y lo que es mejor adquirirás un hábito que te impedirá endeudarte de nuevo. Pero si ahora te ayudo a salir del atolladero, el año próximo estarás en similares aprietos. Dices que casi estarías a cambiar tu lugar en el cielo por setenta u ochenta dólares. Entonces valoras muy poco tu lugar en el cielo pues sin duda con mi ofrecimiento puedes obtener setenta u ochenta dólares en cuatro o cinco meses de trabajo. Dices que si te entrego el dinero hipotecarás la tierra a mi nombre, y que sino devuelves el dinero, me cederás la posesión.

¡Tonterías! Si ahora no puedes vivir con la tierra ¿cómo vivirás luego sin ella? Siempre has sido amable conmigo y no quiero ser rudo contigo. Al contrario, si sigues mi consejo, lo encontrarás más valioso que ocho veces ochenta dólares.

Afectuosamente

Tu hermano

Carta de Albert Camus a su profesor



París, 19 de noviembre de 1957.

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.

Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Lo abrazo con todas mis fuerzas.

Albert Camus.

Carta de Aristóteles a Alejandro Magno


En el crepúsculo de mi vida, tuve oportunidad de entrar en conversación con un sabio judío. No me llevo mucho tiempo darme cuenta de su gran sabiduría, y él me llevó a comprender cuan grande es la Torá que fue dada en el Monte Sinaí. Tomé conciencia de lo necio que había sido por no haberme dado cuenta de cómo D’s es capaz de manipular las leyes de la naturaleza. Mi querido discípulo Alejandro, si tuviera la posibilidad de reunir todos los libros que he escrito, los quemaría. Me avergonzaría mucho que algunos de ellos perdurara... me doy cuenta de que he de recibir un castigo Divino por haber escrito libros tan engañosos. Hijo mío, Alejandro, te escribo esta carta para decirte que la gran mayoria de mis teorias a la ley natural son falsas. Siento que he salvado mi alma al admitir mi error. Espero que no se me considere culpable por el pasado, pues he actuado por ignorancia. Sé que tu me alabas y me dices que soy famoso en todo el mundo a causa de los libros que he escrito. Aquellos que se consagran a la Torá obtendrán la vida eterna, mientras los que se dedican a leer mis libros obtendrán el sepulcro. No te escribí antes porque temí que te enfadaras conmigo y tal vez hasta me hicieras daño. Pero ahora he tomado la decisión de decirte la verdad. Sé que cuando recibas la carta ya estaré muerto y enterrado, pues soy consciente de que se acerca el fin.

Me despido con saludos de paz, Alejandro de Macedonia, gran emperador y soberano.

Tu maestro,

Aristóteles

Gustavo Adolfo Bécquer Desde mi Celda Carta cuarta


Queridos amigos:

El tiempo, que hasta aquí se mantenía revuelto y mudable, ha sufrido
últimamente una nueva e inesperada variación, cosa, a la verdad, poco extraña
a estas alturas, donde la proximidad del Moncayo nos tiene de continuo como a
los espectadores de una comedia de magia, embobados y suspensos con el
rápido mudar de las decoraciones y de las escenas. A las alternativas de frío y
de calor, de aires y de bochorno de una primavera, que en cuanto a desigual y
caprichosa nada tiene que envidiar a la que disfrutan ustedes en la coronada
villa, ha sucedido un tiempo constante, sereno y templapo. Merced a estas
circunstancias y a encontrarme bastante mejor de las dolencias que, cuando no
me imposibilitan del todo, me quitan por lo menos el gusto para las largas
expediciones, he podido dar una gran vuelta por estos contornos y visitar los
pintorescos lugares del Somontano. Fuera del camino, ya trepando de roca en
roca, ya siguiendo el curso de alguna huella o las profundidades de una
cañada, he vagado tres o cuatro días de un punto a otro por donde me
llamaban el atractivo de la novedad, un sitio inexplorado, una senda quebrada,
una punta al parecer inaccesible.
No pueden ustedes figurarse el botín de ideas e impresiones que, para
enriquecer la imaginación, he recogido en esta vuelta por un país virgen aún y
refractario a las innovaciones civilizadoras. Al volver al monasterio, después de
haberme detenido aquí para recoger una tradición oscura de boca de una
aldeana, allá para apuntar los fabulosos datos sobre el origen de un lugar o la
fundación de un castillo, trazar ligeramente con el lápiz al contorno de una
casuca medio árabe, medio bizantina, un recuerdo de las costumbres o un tipo
perfecto de los habitantes, no he podido menos de recordar el antiguo y
manoseado símil de las abejas que andan revoloteando de flor en flor y vuelven
a su colmena cargadas de miel. Los escritores y los artistas debían hacer con
frecuencia algo de esto mismo. Sólo así podríamos recoger la última palabra de
una época que se va, de la que sólo quedan hoy algunos rastros en los más
apartados rincones de nuestras provincias, y de la que apenas restará mañana
un recuerdo confuso.
Yo tengo fe en el porvenir: me complazco en asistir mentalmente a esa
inmensa e irresistible invasión de las nuevas ideas que van transformando
poco a poco la faz de la Humanidad, que merced a sus extraordinarias
invenciones fomentan el comercio de la inteligencia, estrechan el vínculo de los
países, fortificando el espíritu de las grandes nacionalidades, y borrando, por
decirlo así, las preocupaciones y las distancias, hacen caer unas tras otras las
barreras que separan a los pueblos. No obstante, sea cuestión de poesía, sea
que es inherente a la naturaleza frágil del hombre simpatizar con lo que parece
y volver los ojos con cierta triste complacencia hacia lo que ya no existe, ello es
que en el fondo de mi alma consagro como una especie de culto, una
veneración profunda a todo lo que pertenece al pasado, y las poéticas
tradiciones, las derruidas fortalezas, los antiguos usos de nuestra vieja España,
tienen para mí todo ese indefinible encanto, esa vaguedad misteriosa de la
puesta del sol de un día espléndido, cuyas horas, llenas de emociones, vuelven

a pasar por la memoria vestidas de colores y de luz, antes de sepultarse en las
tinieblas en que se han de perder para siempre.
Cuando no se conocen ciertos períodos de la Historia más que por la
incompleta y descarnada relación de los enciclopedistas, o por algunos restos
diseminados como los huesos de un cadáver, no pudiendo apreciar ciertas
figuras desasidas del verdadero fondo del cuadro en que estaban colocadas,
suele juzgarse de todo lo que fue con un sentimiento de desdeñosa lástima o
un espíritu de aversión intransigente; pero si se penetra, merced a un estudio
concienzudo, en algunos de sus misterios, si se ven los resortes de aquella
gran máquina que hoy juzgamos absurda al encontrarla rota, si, merced a un
supremo esfuerzo de la fantasía ayudada por la erudición y el conocimiento de
la época, se consigue condensar en la mente algo de aquella atmósfera de
arte, de entusiasmo, de virilidad y de fe, el ánimo se siente sobrecogido ante el
espectáculo de su múltiple organización, en que las partes relacionadas entre
sí correspondían perfectamente al todo, y en que los usos, las leyes, las ideas
y las aspiraciones se encontraban en una armonía maravillosa. No es esto
decir que yo desee para mí ni para nadie la vuelta de aquellos tiempos. Lo que
ha sido no tiene razón de ser nuevamente, y no será.
Lo único que yo desearía es un poco de respetuosa atención para
aquellas edades, un poco de justicia para los que lentamente vinieron
preparando el camino por donde hemos llegado hasta aquí, y cuya obra colosal
quedará acaso olvidada por nuestra ingratitud e incuria. La misma certeza que
tengo de que nada de lo que desapareció ha de volver, y que en la lucha de las
ideas, las nuevas han herido de muerte a las antiguas, me hace mirar cuanto
con ellas le relaciona con algo de esa piedad que siente hacia el vencido un
vencedor generoso. En este sentimiento hay también un poco de egoísmo. La
vida de una nación, a semejanza de la del hombre, parece como que se dilata
con la memoria de las cosas que fueron y a medida que es más viva y más
completa su imagen, es más real esa segunda existencia del espíritu en lo
pasado, existencia preferible y más positiva tal vez que la del punto presente.
Ni de lo que está siendo ni de lo que será, puede aprovecharse la
inteligencia para sus altas especulaciones: ¿qué nos resta, pues, de nuestro
dominio absoluto, sino la sombra de lo que ha sido? Por eso al contemplar los
destrozos causados por la ignorancia, el vandalismo o la envidia durante
nuestras últimas guerras; al ver todo lo que en objetos dignos de estimación, en
costumbres peculiares y primitivos recuerdos de otras épocas, se ha extraviado
y puesto en desuso de sesenta años a esta parte; lo que las exigencias de la
nueva manera de ser social trastornan y desencajan; lo que las necesidades y
las aspiraciones crecientes desechan u olvidan, un sentimiento de profundo
dolor se apodera de mi alma, y no puedo menos de culpar el descuido o el
desdén de lo que a fines del siglo pasado pudieron aún recoger para
transmitírnoslas íntegras las últimas palabras de la tradición nacional,
estudiando detenidamente nuestra vieja España, cuando aún estaban de pie
los monumentos testigos de sus glorias, cuando aún en las costumbres y en la
vida interna quedaban huellas perceptibles de su carácter.
Pero de esto nada nos queda ya hoy; y sin embargo, ¿quién sabe si
nuestros hijos a su vez nos envidiarán a nosotros, doliéndose de nuestra
ignorancia o nuestra culpable apatía para trasmitirles siquiera un trasunto de lo
que fue un tiempo su patria? ¿Quién sabe si, cuando con los años todo haya
desaparecido, tendrán las futuras generaciones que contentarse y satisfacer su

ansia de conocer el pasado con las ideas más o menos aproximadas de algún
nuevo Cuvier de la arqueología, que partiendo de algún mutilado resto o una
vaga tradición lo reconstruya hipotéticamente? Porque no hay duda: el prosaico
rasero de la civilización va igualándolo todo. Un irresistible y misterioso impulso
tiende a unificar los pueblos con los pueblos, las provincias con las provincias,
las naciones con las naciones, y quién sabe si las razas con las razas. A
medida que la palabra vuela por los hilos telegráficos, que el ferrocarril se
extiende, la industria se acrecienta y el espíritu cosmopolita de la civilización
invade nuestro país, van desapareciendo de él sus rasgos característicos, sus
costumbres inmemoriales, sus trajes pintorescos y sus rancias ideas. A la
inflexible línea recta, sueño dorado de todas las poblaciones de alguna
importancia, se sacrifican las caprichosas revueltas de nuestros barrios
moriscos, tan llenos de carácter, de misterio y de fresca sombra: de un retablo
al que vivía unida una tradición, no queda aquí más que el nombre escrito en el
azulejo de una bocacalle; a un palacio histórico con sus arcos redondos y sus
muros blasonados, sustituye más allá una manzana de casas a la moderna; las
ciudades, no cabiendo ya dentro de su antiguo perímetro, rompen el cinturón
de fortalezas que las ciñe, y una tras otras vienen al suelo las murallas fenicias,
romanas, godas o árabes.
¿Dónde están los canceles y las celosías morunas? ¿Dónde los pasillos
embovedados, los aleros salientes de maderas labradas, los balcones con su
guardapolvo triangular, las ojivas con estrellas de vidrio, los muros de los
jardines por donde rebosa la verdura, las encrucijadas medrosas, los carasoles
de las tafurerías y los espaciosos atrios de los templos? El albañil, armado de
su impacable piqueta, arrasa los ángulos caprichosos, tira los puntiagudos
tejados o demuele los moriscos miradores, y mientras el brochista roba a los
muros el artístico color que le han dado los siglos, embadurnándolos de cal y
almagra, el arquitecto los embellece a su modo con carteles de yeso y
cariátides de escayola, dejándolos más vistosos que una caja de dulces
franceses. No busquéis ya los cosos donde justaban los galanes, las piadosas
ermitas albergue de los peregrinos, o el castillo hospitalario para el que llamaba
de paz a sus puertas. Las almenas caen unas tras otras de lo alto de los muros
y van cegando los fosos; de la picota feudal sólo queda un trozo de granito
informe, y el arado abre un profundo surco en el patio de armas. El traje
característico del labriego comienza a parecer un disfraz fuera del rincón de su
provincia: las fiestas peculiares de cada población comienzan a encontrarse,
ridículas o del mal gusto por los más ilustrados, y los antiguos usos caen en
olvido, la tradición se rompe y todo lo que no es nuevo se menosprecia.
Estas innovaciones tienen su razón de ser, y por tanto no seré yo quién
las anatematice. Aunque me entristece el espectáculo de esa progresiva
destrucción de cuanto trae a la memoria épocas que, si en efecto no lo fueron,
sólo por no existir ya nos parecen mejores, yo dejaría al tiempo seguir su curso
y completar sus inevitables revoluciones, como dejamos a nuestras mujeres o a
nuestras hijas que arrinconen en un desván los trastos viejos de nuestros
padres para sustituirlos con muebles modernos y de más buen tono; pero ya
que ha llegado la hora de la gran transformación, ya que la sociedad animada
de un nuevo espíritu se apresura a revestirse de una nueva forma, debíamos
guardar, merced al esfuerzo de nuestros escritores y nuestros artistas, la
imagen de todo eso que va a desaparecer, como se guarda después que
muere el retrato de una persona querida. Mañana, al verlo todo constituido de

una manera diversa, al saber que nada de lo que existe existía hace algunos
siglos, se preguntarán los que vengan detrás de nosotros de qué modo vivían
sus padres, y nadie sabrá responderles; y no conociendo ciertos pormenores
de localidad, ciertas costumbres, el influjo de determinadas ideas en el espíritu
de una generación, que tan perfectamente reflejaran sus adelantos y sus
aspiraciones, leerán la Historia sin saberla explicar; y verán moverse a nuestros
héroes nacionales con la estupefacción con que los muchachos ven moverse a
una marioneta sin saber los resortes a que obedece.
A mí me hace gracia observar cómo se afanan los sabios, qué grandes
cuestiones enredan y con qué exquisita diligencia se procuran los datos acerca
de las más insignificantes particularidades de la vida doméstica de los egipcios
o los griegos, en tanto que se ignoran los más curiosos pormenores de
nuestras costumbres propias; cómo se remontan y se pierden de inducción en
inducción, por entre el laberinto de las lenguas caldaicas, sajonas o sánscritas,
en busca del origen de las palabras, en tanto que se olvidan de investigar algo
más interesante: el origen de las ideas.
En otros países más adelantados que el nuestro, y donde, por
consiguiente, el ansia de las innovaciones lo ha trastornado todo más
profundamente, se deja ya sentir la reacción en sentido favorable a este género
de estudios; y aunque tarde, para que sus trabajos den el fruto que se debió
esperar, la Edad Media y los períodos históricos que más de cerca se
encadenan con el momento actual, comienzan a ser estudiados y
comprendidos. Nosotros esperaremos regularmente a que se haya borrado la
última huella para empezar a buscarla. Los esfuerzos aislados de algún que
otro admirador de esas cosas, poco o casi nada pueden hacer. Nuestros
viajeros son en muy corto número, y por lo regular no es su país el campo de
sus observaciones. Aunque así no fuese, una excursión por las capitales, hoy
que en su gran mayoría están ligadas con la gran red de vías férreas,
escasamente lograría llenar el objeto de los que desean hacer un estudio de
esta índole. Es preciso salir de los caminos trillados, vagar al acaso de un
lugar en otro, dormir medianamente y no comer mejor; es preciso fe y
verdadero entusiasmo por la idea que se persigue para ir a buscar los tipos
originales, las costumbres primitivas y los puntos verdaderamente artísticos a
los rincones donde su oscuridad les sirve de salvaguardia, y de donde poco a
poco los van desalojando la invasora corriente de la novedad y los adelantos
de la civilización. Todos los días vemos a los Gobiernos emplear grandes
sumas en enviar gentes que no sin peligros y dificultades recogen en lejanos
países, bichitos, florecitas y conchas.
Porque yo no sea un sabio, ni mucho menos, no dejo de conocer la
verdadera importancia que tienen las ciencias naturales; pero la ciencia moral,
¿por qué ha de dejarse en un inexplicable abandono? ¿Por qué al mismo
tiempo que se recogen los huesos de un animal antediluviano no se han de
recoger las ideas de otros siglos traducidas en objetos de arte y usos extraños,
diseminados acá y allá como los fragmentos de un coloso hecho mil pedazos?
Este inmenso botín de impresiones, de pequeños detalles, de joyas
extraviadas, de trajes pintorescos, de costumbres características animadas y
revestidas de esa vida que presta a cuanto toca una pluma inteligente o un
lápiz diestro, ¿no creen ustedes, como yo, que sería de grande utilidad para los
estudios particulares y verdaderamente filosóficos de un período cualquiera de
la Historia? Verdad que nuestro fuerte no es la Historia. Si algo hemos de saber

en este punto casi siempre se ha de tomar algún extranjero el trabajo de
decírnoslo del modo que a él mejor le parece. Pero ¿por qué no se ha de abrir
este ancho campo a nuestros escritores, facilitándoles el estudio y despertando
y fomentando su afición? Hartos estamos de ver en obras dramáticas, en
novelas que se llaman históricas y cuadros que llenan nuestras exposiciones,
asuntos localizados en este o el otro período de un siglo cualquiera, y que,
cuando más, tienen de ellos un carácter muy dudoso y susceptible de severa
crítica, si los críticos a su vez no supieran en este punto lo mismo o menos que
los autores y artistas a quienes han de juzgar.
Las colecciones de trajes y muebles de otros países, los detalles que
acerca de costumbres de remotos tiempos se hallan en las novelas de otras
naciones, o lo poco o mucho que nuestros pensionados aprenden relativo a
otros tipos históricos y otras épocas, nunca son idénticos ni tienen un sello
especial; son las únicas fuentes donde bebe su erudición y forma su conciencia
artística la mayoría. Para remediar este mal, muchos medios podrían
proponerse más o menos eficaces, pero que al fin darían algún resultado
ventajoso. No es mi ánimo, ni he pensado lo suficiente sobre la materia, el
trazar un plan detallado y minucioso que, como la mayor parte de los que se
trazan, no llegue a realizarse nunca. No obstante, en esta o la otra forma, bien
pensionándolos, bien adquiriendo sus estudios o coadyuvando a que se diesen
a luz, el Gobierno debía fomentar la organización periódica de algunas
expediciones artísticas a nuestras provincias. Estas expediciones, compuestas
de grupos de un pintor, un arquitecto y un literato, seguramente recogerían
preciosos materiales para obras de grande entidad. Unos y otros se ayudarían
en sus observaciones mutuamente, ganarían en esa fraternidad artística, en
ese comercio de ideas tan continuamente relacionadas entre sí, y sus trabajos
reunidos serían un verdadero arsenal de datos, ideas y descripciones útiles
para todo género de estudios.
Además de la ventaja inmediata que reportaría esta especie de
inventario artístico e histórico de todos los restos de nuestra pasada grandeza,
¿qué inmensos frutos no daría más tarde esa semilla de impresiones, de
enseñanza y de poesía, arrojada en el alma de la generación joven, donde iría
germinando para desarrollarse tal vez en lo porvenir? Ya que el impulso de
nuestra civilización, de nuestras costumbres, de nuestras artes y de nuestra
literatura viene del Extranjero, ¿por qué no se ha de procurar modificarlo poco
a poco, haciéndolo más propio y más característico con esa levadura
nacional?...
Como introducción al rápido bosquejo de uno de esos tipos originales de
nuestro país, que he podido estudiar en mis últimas correrías, comencé a
apuntar de pasada y a manera de introducción algunas reflexiones acerca de la
utilidad de este género de estudios. Sin saber cómo ni por dónde, la pluma ha
ido corriendo, y me hallo ahora con que para introducción es esto muy largo, si
bien ni por sus dimensiones y su interés parece bastante para formar artículo
de por sí. De todos modos, allá van estas cuartillas, valgan por lo que valieren:
que si alguien de más conocimientos e importancia, una vez apuntada la idea,
la desarrolla y prepara la opinión para que fructifique, no serán perdidas del
todo. Yo, entretanto, voy a trazar un tipo bastante original y que desconfío de
poder reproducir. Ya que no de otro modo, y aunque poco valga, contribuiré al
éxito de la predicación con el ejemplo.




Nota

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